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viernes, noviembre 22, 2024

Se escribe para estar solo

Reportajes

César Rito Salinas

Se escribe para estar solo, para conocer la casa en la que habito, los órganos del cuerpo que me da la vida.
Escribir será emprender el reconocimiento.
Marguerite Duras dice en su ensayo “Escribir”, “Nunca he podido empezar un libro sin terminarlo”.
La señora tiene su fuerza, aclara lo turbio.
Miércoles de un diciembre con tarde fría. Al mediodía cayó el chipi-chipí, lluvia helada, ligera. Desde San Martín, en las faldas de Monte Albán los cerros protectores del valle, San Felipe, el Fortín, a la mañana se miraban siniestros. Pude salir al patio y contemplar el anuncio de la lluvia.
Mientras escribo descubro que las palabras tienen un cuerpo exquisito que paso por mi boca.
Duras dice del escribir como el proceso que te hace entrar en un tiempo desconocido, nuevo.
Puedo afirmar que el escribir conlleva un nuevo nacimiento, donde eres el testigo de tu parto.
Escribir para encontrar en lo escrito el significado de tus horas.
Escriben los nonatos, los extraviados.
Narra el delincuente, quien se lleva el tesoro contará con el tiempo y los recursos suficientes para ponerse a contar la historia de principio a fin.
El que padece hambre, angustia, por su parte, tratará de encontrar sentido a tanto y tanto sufrimiento.
Encuentro esto, puedo acariciar el lomo de las palabras, sentirlas fraternas entre ellas.
Tendrá como única oportunidad para salvar su alma escribir poesía.
Se hará rodear de lamas amistades, compañía del hampa y pendenci. Policías, ladrones, ebrios consuetudinarios.
Hay gente que nace bajo el signo del mal fario.
Para ellos está la poesía como única vía para encontrar el sentido a su tiempo, la propia experiencia.
Y están los días de sol o de aguacero.
Encuentro estimulante sumar de dos en dos palabras hasta formar un universo de vocablos escritos.
Está diciembre con sus cohetitos y sus posadas.
Están los perros que te siguen como si saliera una estrellita de tu frente y se distinguiera tu sombra dentro de la multitud.
Para los que no se hayan está la poesía.
Para los que no se acostumbran a contar dinero, a mandar y ser mandados, para los que ofrecen su camisa al viento.
Para los que en medio del amor se retiran, puntuales.
Para los que ofrecen su pecho a los gatos, a la mala suerte, a los que esperan sin oportunidad de reconciliación.
Sumo las palabras de dos en dos, en medio de ellas crece el silencio que hace renacer a las miles de palabras que retengo en la memoria.
Para los que se juntan con los locos.
Por eso afirma la Duras que nunca había podido empezar un libro sin terminarlo. Porque en el acto roto está la poesía, porque se requiere del instante inconcluso, lo no terminado.
Pienso esto, escribir desde el no saber hace -logra- que quien se interese y continúe su trabajo hasta enterarse del final.
En cada página escrita está la reescritura, el palimpsesto.
¿Qué sentido tendría aplicar cientos de horas de trabajo para enterarse de lo ya conocido?
Los días de diciembre traen lluvia, vioento y frío.
Habrá que salir a la calle y elegir un paquete de galletas, un abrigo sólido. Acercarse a la habitación y encender el trasto de las palabras con el objeto de enterarse de algo nuevo, de interés.
Conocemos ya todos los inicios y todos los finales, lo que desconocemos es de aquello que surge con la letra que viene del frío, del cansancio, del hastío y la soledad.
El tiempo de frío obliga a rebasar las historias de finales anticipados, archiconocidos.
Bis se haría escribir más allá de la anécdota, del relato cotidiano.
No se trata aquí de ponerse imaginativos, delirantes, no.
Se trata de permitir que este tiempo de angustias presente su sentido.
Que lleguemos a alcanzar lo que pedía Paz en la poesía, la clarividencia.
Porque para escribir historias conocidas será mejor acercarse al telediario y poner atención a los chismes del gobierno.
Ese espacio donde las letras se repiten, esquizofrénicas.

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