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viernes, septiembre 20, 2024

Trasmallo

Reportajes

Debo reconocer que he perdido contigo, que llevo siempre el aire de tus ojos simulado en mis vacilaciones y certezas, porque no hay momento de paz o desasosiego en que no me faltes. Muy enturbiada la noche cabalga el potro de los sueños y deposita en mi lecho afiladas ausencias. Ojalá vuelvas algún día a reconocer la sombra del hombre que fui. Tal vez ya sea a destiempo, pero nosotros no podemos asumir las culpas del destino. Se llenará tu memoria con el recuerdo de mis alegrías e intentarás abrazarme efusivamente. Pero te darás cuenta de que un hombre como yo, ya sólo es digno de conmiseración.

 
“En este momento has dejado de cavilar, te pones de pie y, haciendo visera con la mano, observas, a lo lejos, tu embarcación; más allá, las olas rompen contra el peñasco, dispersando legiones de cangrejos ingrávidos. El haz luminoso que produce el vaivén de las olas y los rayos del sol derritiéndose sobre la proa, te lastiman los ojos; sientes el escozor de esa arenilla fina, que te refriegas con el dorso de la mano, para que puedas fijar la vista sobre la cubierta, donde el cabo de fondeo simula una serpiente enroscada, reposando sus sueños bastardos, sueños de mar, murmuras, de la serpiente que es de tierra, porque las de mar no se enroscan, ni la morena, ni la anguila. En este punto de la reflexión, determinas proseguir con la actividad interrumpida, vas al trasmallo que, adujado por sus relingas, se nota bastante pesado por la humedad y la arena acumuladas. No habiendo de otra, hallando la punta, empiezas a cobrar el paño, con enérgica parsimonia, lo sacudes y vas acomodando frente a tu pie derecho, que flexionas a propósito de descansar con movimientos, flexionando las piernas. Cobras paño y adujas relinga, primero la de plomos, después la de flotadores, repitiendo sucesivamente la misma operación. Cuando ya has dejado en claro tu red agallera, cuando los orinques se encuentran perfectamente adujados dentro de la tara y ahí mismo guardados los grampines y las boyas, tomas la vereda del arroyo, empinándote la botella de aguardiente que, por supuesto, no esperó toda la faena metida en la morralilla de yute. Llegas a la cantina de Tiú Juaco, para engrosar las filas de los que rumian su desdicha consumiendo un bebestrejo que resulta de combinar mezcal, agua y alumbre. Ahí viene el del trasmallo, murmura la palomilla, ya terminó de aliñarlo, pa ´que, ni modo que pesque solo. Camelia te da la bienvenida con un desfiguro de sonrisa, al escuadrón del infortunio. Terminas con ellos compartiendo la miseria de tus resentimientos, el pan y la sal del dolor. Así se suceden los días con la grisura de las temporadas de tormenta, marcados en un reloj que ha sustituido al de la realidad”.

No, no me desentiendo de ti, y si a veces me invade el pesimismo, es porque te extraño mucho. Quiero contarte que jamás pierdo la costumbre de fondear mi trasmallo frente al Morro de Aceite, ese lugar tan especial donde te atrapé. Cobraba yo el paño de mi red, muy al descuido, cuando sopesé a un pez enmallado, grande, muy grande. Empecé por desenredarte la cola, enorme, de escamas rojas; pero donde pensé que tocaría las aletas ventrales, descubrí, maravillado, el milagro de tu cintura y, después, la turgencia contundente de tus senos, que me arrobaron el alma y los sentidos.
Después te conocí de cuerpo entero; tu rostro, un dechado de perfección; tus manos, finas para la caricia y la seducción. Como siempre he sido pescador solitario, no hubo problema cuando arribamos al Puerto, con la complicidad de la penumbra en un sábado de juergas, te albergué en mi cabaña, ubicada en la ensenada de Aguete, lugar discreto y tranquilo, espacio propicio para amarnos.

Por un tiempo, las cosas caminaron a las mil maravillas, pero cuando tuve que atender tus necesidades de mujer, empezaron a causar extrañeza mis nuevas compras, esencias y bisuterías encontraron perfectamente el fondo de mi morral. En un descuido, alguien se me pegó a la espalda y descubrió el misterio de mi cambio de actitud. En el Puerto se llegó a saber que yo vivía con una sirena real. Se enteraron, ya sin remedio, que por mi casa pasaba un río de aguas luminosas en la fascinación de mis encuentros con aquella moradora del mar, exuberante a más no poder. Y pues ni modo, a aguantar las burlas y los sarcasmos, que si El xuquías, que si El novio de la salema, ya sabes, la gente no se mide. ¿No hubo alguien que hasta nos compuso una canción melosa y estúpida, pues?

A pesar de los pesares, que bien llegamos a comprendernos, como dos almas simples. Desde entonces hasta la fecha, para mí el tiempo dejó de existir, si lo hubiera, sería el pálpito de tu pecho exultante y ardiente. Yo aquí me quedé enmallado para siempre, cuando tú, acudiendo al llamado de tu naturaleza más íntima, te devolviste al mar sin dar explicaciones, porqué nunca fue necesario darlas. Por eso he de confesar que he perdido contigo, cuando te sumergiste en profundidades tan insondables que yo, ni con el mayor esfuerzo, podría imaginar.

FERNANDO AMAYA

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