César Rito Salinas
Saca tu escritura de una película, lo cotidiano forma acervo
tanto como Proust.
Las películas, las series policiacas de la televisión
se vuelven memorables
entre los bandazos de una vida dura.
Tanto, como los relatos de Hemingway o Carver,
los poemas de Rilke o Roque Dalton.
Escribir orientado en la vida es un principio
para perder el tiempo, llegar a ninguna parte.
Evita formar agenda de tus compromisos para el poema.
Los poemas memorables llegan la tarde del bautizo
o en la madrugada del velorio
-sobre aquello que ocupará el olvido-.
Los que sufren y olvidan cumplen la condición de lo humano.
Escribe orientado por el olor de la tinta en la libreta,
respira, trata de aquietar tu corazón.
en el cerebro oxigenado se encuentran los sentimientos y las palabras.
Dos
Cuando escribo se me tensan los hombros, los brazos.
Me duele la espalda.
Esta actividad resulta agotadora, si se realiza por más de cierto tiempo. Una hora.
Puedo sentarme a leer dieciocho horas de corrido, todo un día, o parte del día. Pero sólo puedo aporrear el teclado por una hora. O dos, a lo mucho.
Escribir cansa si la letra que sale desde el culo, desde el fondo de la persona que escribe, desde la plata de los pies, la raíz de los cabellos, los huevos.
Se tensan los músculos de mi espalda, mi cuello, mis piernas. Y ando muchas horas después con el cuerpo lastimado. Amanezco estreñido. Y no se diga de la quinta y la séptima vértebra. Las traigo molidas. Pero las ganas de escribir, de golpear la máquina con los dedos es superior al dolor mismo, a las incomodidades de permanecer sentado, al mañana, como si yo fuera una de las palomas que, detenida en el borde del trasto de peltre, agarra a picotazos el aire, el fondo del perol porque ya el perro terminó su comida o porque ya sólo hay que lanzar picotazos al fondo azul vacío para que pase la mañana con su cielo azul.
A todo esto yo vine a hablar de la gente y termino hablando de las palomas, del patio en que suceden cosas que realizan las aves hambrientas.
Cagan. El patio huele a pólvora, por aquí pasó la guerra. Mi ansiedad, con el paso de las palabras, se contiene, en mi sien derecha atraviesa un dolor como un sueño, una nube, un presentimiento que proporciona sombra por un instante para luego dar paso al sol quemante sobre el patio, el tiempo sin respiro desde el cual sale la letra. El asunto es este, escribo como si tuviera la salud dispuesta a perder el tiempo en esta escritura, comunicarme con el olor de la pólvora o los sonidos en el patio.
Alguien, algún vecino construye una casa. Hasta la silla donde escribo llegan los martillazos, secos y constantes.
Un ruido metálico diferente del ruido que hacen las palomas en el trasto del perro. Ahora respiro, cuento hasta trece mientras sostengo la respiración en mis pulmones y escribo (con el número trece, la cifra mágica, quiero decir que escribo atado a las taras, los ciclos referenciales, que estas palabras que se juntan y se pueden leer no son mías, que lucho sin descanso por meterme en el interlineado e intervenir la escritura que se hace por las palabras de otros, de todos.