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lunes, diciembre 23, 2024

Las piedras del arroyo

Reportajes

César Rito Salinas

La poesía, según él, nació de la curiosidad,
hija de la ignorancia.
Samuel Beckett, Dante,., Bruno… Vico… Joyce

El lunes por la mañana en el puente del arroyo encontré a mi compa Teo.

  • Tengo un problema, compa.
    La mañana era canto de pajaritos y aire limpio, en la oficina tenía asuntos pendientes, armar la agenda de la semana, proponer los textos para el discurso del presidente, recibir el reporte de la dirección resguardo y seguridad.
    -Échalo dijo y bajé del coche.
    Estaba Chepil y su hijo Chepilito, el Pulpito, ingeniero Plutarco.
    El grupo de amigos consuetudinarios del mezcal.
  • ¿Una o qué?
    Compa Teo me apartó del grupo.
  • Un problema grande.
    Albañil, padre de tres hijos, su señora ayudaba al gasto familiar haciendo en casa tortillas para vender, una cabañita que levantó compa Teo justo en el cause del arroyo que baja de Monte Albán y parte en dos la colonia Colosio. Ese día en el puente del arroyo pude ver en lo alto de un árbol que daba sombra al terreno de Evelio una ardilla voladora que abrió los brazos y saltó al cable de Teléfonos y alcanzó el poste, en el otro extremo de la calle.
    Compa Teo dijo: -La muerte-, señaló un pájaro de cresta roja y alas negras que nos miraba desde lo alto del poste de Teléfonos.
  • Échalo.
  • Mi Gabriel llegó llorando a casa.
  • ¿Qué pasó?
  • Lo regañó su profe.
    Los hijos de compa Teo estudiaban en la escuela primaria Policarpo T. Sánchez, en la colonia Moctezuma, el mayorcito, Gabriel, era listo y bravo, respondón como buen hijo de un Loxicha.
  • El profe mandó recado, quiere que vaya a la reunión.
    Las calles de las colonias que crecieron por la ribera poniente del río Atoyac están sembradas de borrachos. Mujeres y hombres que encuentran en el mezcal el sitio de su paz en esta tierra.
  • ¿Ya fue la pianista a la escuela?
  • Está brava, dice que tiene entrego de tortillas, que vaya yo, te vine a buscar compa para que me acompañes.
    En el patio de la escuela encontramos al profe, un joven con gafas oscuras, cabello larfo, ensortijado.
  • Gabriel no comprende las palabras -dijo a manera de saludo.
    Compa Teo bajó la vista.
  • Si su madre lo manda desayunado a la escuela, profe -dijo compa Teo.
    Volvió a clavar la cara al puso.
  • El problema son las palabras -dijo el profe-, no entiende el español.
    Las colonias crecieron sin orden ni destino a las faldas de Monte Albán, levantan cuadras y cuadras de gente que salió huyendo de su pueblo, perseguidos por la justicia o por la pobreza encontraron sobre las rocas pelonas un cachito de esperanza. Para hacer la nueva vida contaban con un elemento en la ciudad, nadie los conocía. Compa Teo fue velador en la casa de la maestra Idolina Moguel, en la casona que está frente a la Plaza de la Danza, en el centro, frente al palacio municipal.
    Se ganó la confianza de la maestra.
    Ahí encontró a la joven que hacía el servicio, Martina, que estudiaba en la escuela de Bellas Artes, pegado a la iglesia de San José, frente a la casa de la maestra Idolina.
    Al bajar de la escuela compa Teo venía bravo.
  • ¿Para qué tanto trabajo?
  • Compa, ¿por qué lo dice o qué?
  • La pianista habla la lengua con el chamaco, así no avanza mijo en la escuela.
    Monte Albán desde lo alto miraba el caserío de pobres con ojos de suspiro, la cima brumosa, blanca.
  • No diga eso compa.
  • Ella extraña hablar la lengua, para que no se le olvide la practica con el chamaco, así no hay avance.
    A la altura del huizache pensé que ya era tarde para llegar a la oficina.
  • Compa Teo, acompáñame.
    Salí de casa con los dos tomos del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
  • Vamos por un mezcal con doña Tina -dije.
    Cuando llegamos, compa Teo miraba sin decir palabra los libros sobre la mesa.
  • Anda, abre uno -dije.
    -No compa, son cosas finos, se pueden romper.
    En la trastienda de doña Tina crece un árbol grande de tamarindo, al caer la tarde dejó caer las hojas diminutas.
  • Anda, vamos a tu casa dije.
    Compa Teo obedeció, pedimos un marrito de mezcal para el camino.
    En su casa la pianista recogía el toldo que le servía de sombra para echar tortillas.
  • Buenas tardes male -dije.
  • Gabriel, ven a saludar a tu padrino -dijo compa Teo.
    . Fuimos a la escuela -dije.
  • Me dijo Gabriel -dijo la pianista.
    Compa Teo me invitó a tomar asiento sobre una de las piedras que tenía en la entrada de su casa. El viento corría por el arroyo.
    Debo decir que el terreno de mi compa tiene buena vista, se alcanza a ver el río Atoyac, la Central hasta Santo Domingo.
    Guardamos silencio.
    Compa Teo sacó el marrito de mezcal.
    Los cuatro trepados en las piedras.
    Pude escuchar el viento, estiré la mano y pude tocar el tiempo por venir.
    Puse los dos volúmenes del diccionario sobre las piedras.
    Tal vez a esa hora de la tarde la ardilla voladora que vimos en el arroyo ya había regresado al cerro, ya andaría entre los árboles que crecen en la cima de Monte Albán. Cantaron los pájaros sobre el alambre de Teléfonos.
    Pegué un trago largo al mezcalito.
  • Gabriel -dije-, me vas a hacer un favor.
  • Lo que usté diga padrino -dijo el niño.
  • Todas las tardes le vas a enseñar español a tu madre.
    Y le alcancé los libros.
    El niño los recibió con sus brazos flaquitos.
  • Compa, gracias -dijo la pianista-, venga vamos echar un taco.
    De compa Teo no recuerdo en qué año se murió, fuimos con Chepil y Chepilito a su velorio, la pianista recibió el pésame, abracé a Gabriel y a sus hermanitos.
    Pasé a saludar al muertito, estaba serio, como dormido en su caja.
    En el patio le pegué un trago largo a la botella de mezcal, el marrito.
    Me alcanzó Gabriel.
    El velorio se hizo allá por la colonia Jacarandas, la casita del cuñado de compa Teo levantaba su muro junto al canal del desagüe.
  • ¿De qué murió mi compa Teo? -pregunté.
  • No lo sé -dijo el niño-, tenía muchos días en la borrachera, mi madre lo expulsó de casa, pasó la noche en el arroyo, quizá pescó una pulmonía fulminante.
    Pasaron los años, dejé la tomadera, abandoné el trabajo, al niño le perdí la huella entre tantos cambios de domicilio que realizó su mamá.
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