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sábado, septiembre 7, 2024

A la manera de Guillermo Cabrera Infante o ella cantaba boleros

Reportajes

César Rito Salinas

Ahora que llueve, ahora que este aguacero
me hace ver la ciudad desde los ventanales.
Guillermo Cabrera Infante, Ella cantaba boleros

Nació en Gibara, provincia de Oriente, Cuba, el 22 de abril de 1929. Falleció en Londres, Inglaterra, el 21 de febrero de 2005. Firmó sus libros como Guillermo Cabrera Infante. En estos tiempos de calores y extravíos acudo al nada sofisticado principio de leer literatura cubana como una forma de llamar a la brisa marina, fresca, a refugiarme en la sombra de mi estudio con un texto de Cabrera Infante y música de Cachaíto alejan el calor y los pensamientos de catástrofes y angustias, vaya usted a saber por qué.
Pues en eso estaba por estos días, en lo de alejar el calor, desde luego, cuando me topo en la biblioteca con una novela de Cabrera Infante: La ninfa inconstante.
Aquí me tienen durante dos días de corrido, dándole a la lectura de aquella novela tropical que más bien parece una Lolita cubana, Lo. Claro está, la Lolita de Vladimir Nabokov, nínfula, ninfeta, oh, señores del jurado, oh. Lectura cachonda no habrá más, porque como lo dice la ficha informativa ya se murió Cabrera Infante, para tristeza y pesar de nosotros sus lectores.
Pero vamos, el calor y los días estaban insoportables en este inicio de otoño por estos Valles Centrales que acometí aquella lectura en estado casi de éxtasis.
En eso estaba, en el puro éxtasis, cuando tocaron a la puerta de mi casa. Y no me vine a dar cuenta de que tocaban si no es por mi perra Wislawa, que inició a ladrarle al sol. O a la sombra, que es lo mismo o para el caso da igual, el calor pega fuerte en los dos sitios, sol y sombra. Perra loca, me dije en mi soledad de lector. Perra, dije, mira que ladrarle al sol es demente.
Pero no había demencia en el aire del calor, tocaban. Tocaban fuerte, con ganas de que abrieran la puerta. Y sin más ni más suspendo la lectura de la Lolita cubana, que no era Lolita de Vladimir, sino de Cabrera, y voy a ver quién estaba interrumpiendo mi lectura. Atravieso el patio, corro, vuelo. Más que por el color que derretía mi cuerpo por la novela que dejaba pendiente, así es la temperatura donde existen los lectores.
Libro que no te hace olvidar el nombre, no es libro. Y al abrir me topo casi de frente, casi la beso con la sorpresa, una Lolita de los Valles Centrales. Ay, qué dolor, juzguen ustedes, señores del jurdo. Como si saliera a la tarde vivita y coleando el personaje de Cabrera, la misma edad, la misma sonrisa y los mismos dientes; la misma blusa humedecida. El mismo rostro, oh, Lo. ¡Ay, dolor, ya me volviste a dar!
– ¿Quiere pan? –atinó a decir la nínfula (categoría que les da el valiente Vladimir, El Certero).
¿Qué hacer cuando Lolita toca a la puerta de tu casa e interrumpe tu lectura de la novela sobre una adolescente que ama a los hombres maduros, que ama los asuntos literarios? Nada, sólo resta interrumpir la lectura, salir con enfado a ver quién toca. ¿Pero qué hacer cuando descubres que ya tras la puerta está el personaje de la novela que lees? Re
Solo queda respirar hondo; y comprar el pan.
Aquí me detengo, no hay adolescente hermosa sin bruja.
Y este argumento no es de novela ni de cuento de hadas, sino de la pura vida real. Tan real como el sol que por estos días maldice nuestro nombre.
En la acera de enfrente, en la tienda, estaba la vecina que vende pollos con los ojos puestos en la puerta de mi casa.
Realizada la compra del pan, hay pan inoportuno oportuno, generoso con los hambrientos, inocente de deseo insensato por el carbohidrato, se marchó dejando en el aire estancado de la tarde el olor de su axila, el rostro sin maldad, la cintura breve, el arco tenso de su espalda; su sombra viva sobre la tierra.
Cuando se alejó me quedé sumido en el recuerdo de unas nalgas paraditas, ninfeta (Nabokov, El Sabio). Soy, padezco sordera, reconocí al instante (o quise escuchar, ¿qué dijiste? ¿traigo mi ropa?). Aparta de ,mi vista esa imagen, Satanás.
La adolescente se había marchado, no atiné ni a preguntar su nombre.
A todo esto, me encontré con las manos vacías, fuera de la novela de Cabrera Infante. Sobra decir que con este recuerdo de la panaderita sobreviví a los tormentos del calor y a la desidia que provocan en el alma los bloqueos viales, que realizan a diario en la ciudad gente atormentada, de mala entraña.

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