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viernes, octubre 18, 2024

A manera de cierta autobiografía maldita

Reportajes

César Rito Salinas
En la mañana del lunes una señora me preguntó el procedimiento qye utilizo para escribir, aquí dejo unos apuntes que -quizá- den luz al misterio.
Hay cierta plenitud en su trabajo de fin de semana, una suerte de liberación que crece al ritmo de los ojos que buscan las letras. El escritor se incorpora, camina al baño, se descalza antes de entrar al cuarto de baño que tiene el piso y paredes forradas con losetas blancas (por respeto a los demás el escritor tiene consideraciones con el espacio en blanco).
El escritor vuelve, reanuda su trabajo en la mañana de sábado que avanza al mediodía entre los acordes sinfónicos y el canto de los pájaros que llega desde el jardín soleado.
Problemas y encargos se alejan, compromisos sociales, sólo ocurre el tiempo donde el que escribe no tiene el control sobre la narración y sólo se va enterando de la historia conforme aparecen las letras (escritor-lector). Reanuda la escritura luego de interrumpirla para sonarse la nariz, vuelve a doblar la pierna y escribe. Mantiene la pierna oculta como enigma de la narración.
Por un momento escucha los aplausos que el auditorio le rinde a Herbert Von Karayan en el concierto sinfónico que sintoniza en la radio. La música avanza como una secreta advertencia en el frescor del espacio, como los hilos de las redes en el agua profunda que cuelgan, invisibles.
El texto puede trabajar problemas sociales o políticos, desigualdades, la teoría del compromiso y la teoría del realismo serán quienes aporten afiliación o rechazo al trabajo del escritor, la tradición.
Más allá de gustos o simpatías, el placer de la escritura, la ecuación teórica influye a los autores y sus obras; hace la generación desde la cual sobrevivirá o perecerá la escritura, los ubica en un tiempo (no hay generaciones, sólo existen los autores, dijo Enrique Vila-Matas). La escritura que se conforma con el rechazo o la aceptación de la sociedad espera el compromiso político; el canon sobrevive bajo la forma de la teoría, uso exclusivo, la filiación académica.
Escribir se convierte en asunto de minorías letradas que logran que permanezca la narración en el gusto de la mayoría ausente, algunos sólo alcanzan a levantar teorías (otros sólo alcanzan a levantar sus bolsillos repletos de dinero; otros, los más, sólo levantan las cejas en señal de resignación).
El escritor dobla la pierna y fuma en la mañana de sábado con el aire cargado de zancudos que piden sangre.
Junto a la mesa de la cocina, a unos metros de la terraza, en un espacio limpio e iluminado que permite doblar la pierna y escribir (no hay quien juzgue, en la hora de la escritura no hay quien juzgue), mientras la música corre sobre el marco de los cuadros colgados en los muros con pinturas vanguardistas; ladra la perra, Wislawa.
El escritor se sabe habitante del vacío entre su figura mutilada y el piso, lo mueve la ausencia de su pierna mientras levanta la escritura que cumplirá con las expectativas de posibles lectores y críticos. Alguien llegará a leer el texto en la comodidad de su sala, en un mullido sillón (la lectura realizada desde el cuerpo completo), en una hamaca, un cuarto de hotel, la biblioteca. Una oficina, el camión. La escritura descansa en la difusión para abrirse paso en el gusto de la gente.
Mientras el espacio haga el ambiente de la lectura, al final de cuentas será el espacio quien regule la preferencia porque sólo se recuerda el ambiente de la lectura y no los libros o el nombre de los autores.

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