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viernes, septiembre 20, 2024

Adicciones por la ciudad antigua

Reportajes

César Rito Salinas

¿Sus ojos eran azul profundo o violeta?
John Dos Passos, De brillante provenir

1
La ciudad es tuya, te nombra en su tránsito bestial del mediodía, en el aguacero impertinente, en sus hojas humedecidas.
¿Será bueno esto de agarrarme al aguacero para retenerte? Quisiera saberlo. Un día de la semana. Miércoles como lunes en el principio de semana con aguaceros y distancias que habrá que recorrer en el regreso. Estoy de vuelta. La gente del mar siempre está de vuelta. En el corazón, en el extravío de los días, nunca sé cuándo es jueves; en los afectos. La cresta de la ola trae un viento que cruza y levanta flecos y faldas, la arena.
En la mujer la mano izquierda es la que gobierna, la que manda a los hombres a la guerra. El mar azul, todo metido en el corazón. (Si habrá de ser cierto, todo cabe si se sabe acomodar.) Miércoles como lunes, inicio de semana. La voluntad cristiana de ser útil, a los otros, a uno mismo, le estalla con el fin de semana largo que manda el gobierno. Miércoles como lunes de silencio, mitad de semana con aguacero y silencios.
2
Alguien grita tu nombre entre los cerros que cuelgan de azoteas. Tu nombre participa en el programa de radio que escucha atento el conductor del camión. La narración responde por tu nombre.
En la hora del aguacero la narración lleva tus siglas. Mambo. los hombres deben hacer la guerra para conseguir un puesto de pollos rostizados en la esquina, hacer comercio los fines de semana, saludar a las clientas por su nombre (señito), vivir manso junto al humo de la leña, los mantendrá firmes, la resolana es sabia para reconciliarse con el pasado; el puesto ambulante es el mejor sitio para prolongar la vida, calentar la palma de las manos sobre el rojo y el amarillo, fortifica los huesos desmemoriados, recibir en la noche todo el cansancio en la planta de los pies; prolonga la vida y agradece la mano que llega a socorrerte con el pocillo del café; prepara tu alma para su progreso, debería el hombre hacer la guerra por estas causas que alimentan la muerte tranquila.
Yo habito el insano juicio, tengo la mala cabeza decía mi madre, me niego a todo esto, soy conflicto sin reconciliación, pena en brama: mambo que vuela mambo. Los hombres deben hacer la guerra para conseguir un puesto de pollos rostizados en la esquina, hacer comercio los fines de semana, saludar a las clientas por su nombre (bonita), vivir manso junto al humo de la leña que arde mientras el humo se eleva lleno de convencimiento y alegrías.
3
La iglesia con lluvia, su techado empobrecido, dice tu nombre. En los días de Oceánica me dijeron que yo era adicto a las adicciones cruzadas, que mi inmadurez emocional era tanta que me ponían hasta las sustancias desconocidas por mi cuerpo.
Salí de aquellos mares, estoy de vuelta.
Las horas de encierro y delirio terminaron. Ando limpio. En oceánica tenían razón. Soy adicto a lo que desconozco. Cambio mi conducta al contacto con la alergia. Con el aguacero me dan ganas de morderte.
Con luna llena aúllo sin la curva de tu seno. Al mediodía alucino la sombra de tus caderas. Nada se iguala con la luz de tus cabellos teñidos de agosto y caoba. En la madrugada me pierdo entre las costillas y tu ombligo, deliro.
4
El campanario repleto de aguacero llama por tu nombre. Hierve el pescado en el aceite. El ojo enrojecido del anafre nos mira a todos, 20: 00 horas. La noche se echa entre las hojas del almendro.
Un foco de 100 watts alumbra la habitación sin repellar.
La sábana blanca es la puerta tras la que se ocultan las miradas. Sobre la tela se extienden osos de peluche y pelotas azules. La luna se encierra en las ollas de barro para que no le piquen los zancudos.
Los muchachos juegan básquet en la calle mientras un hombre les habla de Cristo. ¿Qué hacer para salir de esta calle esta la noche del puerto sin marineros? La luz mercurial llama a las hormigas con alas.
Las palabras de la religión son la única salida de esta calle larga cargada de ojos y lenguas. En el patio oscurecido se escucha la música salerosa. La carretera existe en el rugido del freno de los motores. Admisión, Compresión expansión y escape. Cuatro tiempos de la máquina. La escritura crece con el ladrido de los perros. La escritura viene a buscarme a esta banqueta.
Arde la noche de quincena en Lomas de Galindo.
El olor del pescado frito se expande entre el recuerdo del almendro que cabecea cargado de frutos y sueño. El olor de la tinta se extiende en la libreta, secreto como el olor del seno blanco de una adolescente. La gente se protege bajo lozas de 12 cm.
El fruto del almendro madura al calor de esta noche entre el chirrido de la soga que sostiene la hamaca. La mujer cierra las piernas para que no le vean los calzones. Las palabras del hombre de Cristo crecen entre el alumbrado público. El mundo es otro en la colonia bajo la luz mercurial y el canto de las ranas
5
La gente busca amparo. Lo inhumano existe en los corredores de la agencia municipal, entre políticos y roedores. Te escribí poemas de adicción. Eres el conecte de la tarde, el delirio de la hoja seca. Yo soy todo caníbal. No dejo espacio ni para la sal ni el limón, todo lo inhalo. Nena, estoy fumando la pipa y pienso, “ella es lo mejor que tengo”. Sólo dejo que las cosas paseen, sin tiempo ni programa.
6
El tiempo de espera es un ácido que muerde mi mano mientras escurre por el muro, misericordioso, el aguacero.
Los pesqueros son avituallados en grande, serán 25 días en el mar. Por eso disponen de un enorme enfriador blanco como el forro de ataúd. Los pesqueros saben de la putrefacción de la carne.
Pasan 25 noches en el barco, en medio del mar. Entienden cosas de la carne. Conocen los trabajos del aire sobre la carne muerta. 25 días, 25 noches. Los pesqueros trabajan con los rayos del sol sobre su cabeza, nunca descansan. La pesca del camarón exige destreza y fuerza, lomo de acero para proteger la captura del aire. Y huellas digitales profundas, para que no las borre el jugo gástrico del cefalotórax.
Están atentos a esa brisa marina que pudre los pulmones. El viento del mar ennegrece la carne del camarón, la vuelve de segunda, de tercera.
Los hombres del mar interpretan el aire, saben de la bajamar y del olor a cañerías que sube en las madrugadas calientes del puerto cuando la luna hace retroceder las aguas. Son adivinos que andan 25 madrugadas con el motor del barco encendido. 25 mañanas claras. Por eso resguardan en el frío la carne muerta, y el nombre de la mujer tatuado en el pecho.

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