<para Lala Fierros>
El caso es que este embeleso yo me lo como dormido, lo disfruto a solas como el vagabundo le hace honores a un bocado providencial. Eso soy yo, el viandante que siempre anda en busca de la flor de tu mirada para desojarse en ella batiendo sus alas pequeñas, lidiando con el sol que, egoísta, intenta deslucir la luz de tu evocación perfecta. Mi corazón sólo responde a un santo y seña, Alborada; jamás se abre sino lo insto a declararse a favor de tu causa, medra en las aguas poco profundas de su pulso menor; pero cuando le requiero un timbal para mi anhelo, el sabe que en medio de todo eso estás tú, menuda y graciosa, nítida y perfecta. Empieza entonces la fiesta bulliciosa de mis dotes corporales, la piel se me agita como bandera de papel picado, el músculo se manifiesta con ligeros impulsos, mi atributo de huesos y arneses, a imitación de un piano, marca un tumbao de cadencias rumbosas.
Por ti soy una guitarra de encordadura celeste, el plectro que juega con esa guitarra, la nube que digita sus hilos tonales en un acorde propicio para ser la cobertura del verbo que te nombra en su expresión más precisa. Sin la tutela de tus ojos yo no puedo conjugar ese verbo, sin el discurso de ese manantial de aguas gratificantes, mi palabra se repliega a los baldíos de lo nunca dicho. Alborada de mi vida eso eres tú, un despertar de floresta a la orilla del mar desperezando sus olas de cristal, el transcurrir de la vida en un día esplendoroso con vaticinios de una primavera provechosa y fértil y un verano copado por la bendición de la lluvia. Te quiero conmigo; si algún día me faltaras, todo se perdería.
Por eso hoy receso la ruta de esta navegación en la emergencia de carenar nuestro barco y de sellar sus tinglados con resistentes calafates; yo pongo la fibra y tú pon la brea; yo, el bruñido; tú, el color, que el viaje es largo y la esperanza inmensa; es un viaje lleno de vicisitudes el que nos espera, no precipito su reanudación, tengo muchos cantos en mi alforja, con ellos las flores del jardín de mi alma se alzaran en un vuelo pleno para celebrarte, con ellos las piedras cobrarán vida y el polvo se sosegará en espera de tu paso por la senda que va a dar a los dominios de un horizonte de gracia y festejo. Tu amor es viento de mi vela, impulso de la regata que me recorre las dunas, las riberas de este empeño por conservarte a mi lado.
Llegaste con puntualidad al banquete de mis sentidos, te gozo, disfruto a solas y a ciegas este favor que urdió el destino para declararme su respaldo total.
Fernando Amaya