César Rito Salinas
Agua de tiempo.- Porque debería ser agua de tiempo el viajar grandes distancias sólo por el hecho de encontrarse con amigos, unos tragos, y escuchar poemas de autores casi anónimos. Porque había de ser agua de tiempo el viajar grandes distancias para llegar a departir con desconocidos y decirle al poeta anónimo que lee sus versos: “Nada más por tu poesía valió la pena el viaje”.
Debería de ser este hecho –el viaje, la distancia, la amistad con desconocidos, la poesía-, agua de tiempo entre nosotros.
Cola de perro.- A qué tanto darle vueltas al asunto, chingados. Si mi corazón lo desea. ¿Por qué andar por esta vida como perro que se quiere echar en el patio dando vueltas y vueltas tras su cola?
El enfermo.- Esta enfermedad no es de médicos, ni de brujas ni de la abuela con sus remedios. Estoy enfermo de ti. Cuando tú estás cerca recupero la salud. Bailo, canto, río. Cuando te apartan de mi lado, sufro. Entra a mi cuerpo el mal humor, los mareos. Eres un coágulo dentro de mi cerebro.
La gente de aquí.- La gente de esta tierra es áspera, filosa, como los espinos que crecen hasta la arena del mar. Una cordillera que reverdece de tanto en tanto rodea el valle. Con el calor las mujeres salen a lavar sus cuerpos a las aguas del río. De niño escuchaba historias de peces que se les metían al cuerpo. De más grande me di cuenta que en estas mujeres sus senos semejan mangos de sazón, tiernos, duros. Los hombres desde la loma cuidan el baño de las mujeres con ojos de lagarto.
Sábado y domingo.- Los cohetes llaman a fiesta en este sábado con lluvia. Las calles están bloqueadas por mujeres que bailan al son que toca el agua que cae. Junto al camino celebran una concentración política. Un hombre dice promesas a esta gente que nació sin esperanza alguna. Cruzo el camino y observo en un potrero un partido de beisbol. Avanzo. Unos metros adelante un travestido, casi un niño, espera a su enamorado en una caseta que indica: Parada de Autobús.
Hombre de otro siglo.- Vengo de otro siglo, disculpe usted. Crecí con el aire, que aún se arremolina en mi cabeza. Ese viento fuerte que voltea camiones en el camino, que trae desgracias, que lleva historias y tendederos donde las mujeres ponen a secar calzones de pueblo en pueblo. Vengo con todo el ruido de ese aparato de sonido de Pangalino, de Sóstenes, que anunciaban pan por la tarde y pescado fresco por la mañana; lomo de res al mediodía. Tamal de iguana, armadillo o jabalí, para la tarde. Llego con la lluvia fuerte, repentina, inesperada, que arrastra niños y trenes y maestras que enseñan las primeras letras.