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viernes, septiembre 20, 2024

Amarrar un gallo

Reportajes

Hablamos complacientemente de lo que comemos, pero nunca de lo que evacuamos. Este acto tiene varias denominaciones que, a nuestra consideración, pueden ser soeces, por ejemplo: cagar, zurrar, ir al guater, largar la cuita, y otras más.  En el imaginario de la gente, existen formas figuradas para dar a entender el cumplimiento de ese ejercicio sin el cual, por supuesto, tampoco se puede vivir. Ponerse de aguilita, hacer del dos, en el supuesto que hacer del uno es sólo sacarles el agua a los camotes. De muchas, quizá haya una que de niño me trajo todo confundido; la usaba mi padre cuando pasando por esas veredas del Valle, después de terminar sus labores y en mi compañía, sacaba de su bolso unos pedazos de cartón de cemento y se salía del camino para adentrarse un poco al monte, diciéndome: espérame aquí, voy a “amarrar un gallo”. En un principio pensé que vería a mi padre saliendo del monte con un gallo amarrado; cuando ya no fue así, mi cabeza inventó varias posibilidades; entre otras, aquella de que se trataba de un gallo misterioso al que se le tenía destinado un lugar oculto en el monte; la admiración por mi padre me hizo pensar también en un gallo invisible, que hacía el trayecto con nosotros hasta arribar a la casa. En fin, no recuerdo cuando caí en la cuenta de que mi papá usaba esa expresión para guardarse de decirlo de manera digamos vulgar. Hoy lo entiendo, y soy casi idólatra del lenguaje figurado, ese que nos permite amar la ausencia; en este caso, la de mi padre, que un día partió al infinito dejándome un ejemplo mayor de constancia y esmero. 

Fer Amaya

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