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viernes, octubre 18, 2024

Apocalipsis del espolón

Reportajes

Vi pasar primero a un ángel con el ala caída y después a otro que se esforzaba dolorosamente para caminar, era tanto el dolor que se tomaba de la cintura en un esfuerzo inútil por remediar su absurda dolencia. Y que vieron bajar a una docena de alados por el rumbo del bufadero, otra decena de estos trompicaba las lajas del arroyo central, otra más se espantaba las hormigas en la zona donde el manglar por nada se adentra al mar encrespado. Todos recogiendo el talón durante el vuelo, que más que vuelo parecía el revoloteo de las gallinas cuando huyen de la mano que las quiere atrapar con intenciones funestas.

Hay quienes dicen que vieron a otro grupo de aludos batallando con el empedrado que conduce a un viejo hotel que precisamente se llama Ángel del Mar y que se encuentra emplazado en una colina alta desde la cual se puede ver, inigualable, la Bahía del Ángel. Así es que el vertedero de Ángeles no cesa, todos condolidos y quejosos, pues no son las alas el accesorio corporal que los atribula sino, al igual que Aquiles, el talón, parte vulnerable, delicada y categórica. Falseando, contrayéndose, lamentando ser poseedores de semejante atropello, verán ustedes a los Ángeles de este letal apocalipsis que ha volcado su atanor de criaturas sobre una playa en apariencia interminable y de arenas quemantes y fogosas. Ángeles que ven cumplida la predicción del fin del mundo y el advenimiento de otro, aún con su dolencia particular, sus quejas y sus rictus. Ángeles que procrean a otros con el haz de una mirada dudosa y provocativa, tal como son descritos por algún evangelio apócrifo y desmedrado. Ángeles, al fin Ángeles y no otra cosa distinta.

Otro ángel se apoyaba en un cayado aún con ramas y hojas para poder seguir la ruta de todos sus congéneres que, al fin ángeles, no tenían prisa por llegar a ninguna parte, más que al último huesero que vivía en un sitio terrenal llamado Chacalapa. El afamado huesero le pidió al séptimo ángel que se quitara las alas puesto que, para someterse al proceso de curarse el espolón, era mejor tener el cuerpo libre de aquellas cometas capaces también de, como a los albatros, hacerlo trastabillar en su experiencia al ras del suelo. Y he aquí que nuestro ángel se desarma y es incapaz de valerse por sí mismo, entonces otro ángel, desprovisto de alas, lo sienta en la banca de madera y le sube los pies en un banco del mismo material, más bajo, pero igual de robusto.

Hasta esa hora, dijo el huesero, que iba curando doce ángeles, entre querubines y potestades. Nuestro séptimo ángel un tanto inquieto se contó el treceavo en la campaña del sobador elegido. Una vez curado tomó el camino hacia su paraíso particular en donde los ángeles, de ordinario, andan desnudos, y a cuanto ángel que veía encorvado por el dolor que produce el espolón calcáneo, le ofrecía la dirección del señor de los tablazos, aquel que intentaba aplazar todo lo posible al ya visto Apocalipsis del espolón. Aquí hay que apuntar que el persecutor de los espolones en los pies de los ángeles, usa una tabla robusta con la cual azota la zona de los talones por un tiempo que dilata el tiempo aproximado de una hora para cada talón. De algún modo, nuestro avieso tratante de espolones logró posponer por un tiempo incierto el advenimiento del Leviatán. Eso sí, cuando usted vaya al playón del paraíso, llamado convencionalmente Zipolite o Cipolite que es su nombre oriundo, vera pasar a una legión de ángeles desnudos, con las alas en ristre, golpeándose los talones con una especie de raqueta de bádminton, a objeto de evitar que ocurra el fin del mundo, de los sueños, y de todo lo demás que habrá de acabarse el día menos pensado.

Fer Amaya

Verano extra del segundo milenio, en Zipolite.

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