César Rito Salinas
Una luz.- La mamá es la cabeza, dijo ella. En medio del derrumbe una convicción, la mamá. El viento fuerte trajo frío y hambre, más desgracias. La gente pedía al cielo clemencia. Las aguas de los mares retumbaron sobre la tierra, la arena de la playa carenaba cuerpos como navíos. El alma del hombre padecía inclemencias, sufrimiento. Ninguna luz que guiara el camino para el extraviado. Con esa vida mejor sería la muerte. En medio del derrumbe su corazón agarró la frase: “La mamá es la cabeza”, entonces el día de aclaró.
Corazón.- No menciones corazón. No menciones palabras como odio, mar o corazón. Esas palabras dicen todo y no dicen nada, son inexactas. Como decir desierto. Sólo se deben emplear en casos necesarios, como cuando sientes el agua del mar mojarte los pies y tu cuerpo sabe bien que viene un tsunami, por ejemplo.
Enamorados.- El sol anticipa la primavera. Días de marzo. En los montes reverdecen los matorrales. El corazón se enciende. En los parques y jardines de nuestra ciudad los enamorados se besan. La flor de mayo ilustra los jardines. Sol de primavera. Días de marzo.
La luna.- El agua de pozo refleja el paso de la luna en el patio. Gota a gota el agua del pozo rebosa el brocal. Una brisa fresca enmarca el sueño de los amantes que reposan después de su entrega. Flores y estrellas. Antes del amanecer la luna bendice al pozo, quien llora su partida derramando gruesas gotas de agua.
Viento ligero.- un viento ligero agita mis cabellos. El sol deja un tiradero de espejos rotos que esplenden como cristales que llaman con ansiedad a mediodía la mala suerte. Mi vida transcurre entre libros pero no alcanzo a leer qué dice el viento a mis oídos, el sol a mi sombra, la calle a mis ojos. Sin poder interpretar esos signos ando por esta vida como muerto que recoge sus pasos, diría mi madre allá en el barrio.
Letras.- Vuelvo a buscar las letras para tocar tu nombre. Al sentir el teclado bajo mis dedos se realiza la magia, apareces: una fotografía de tu rostro, tu cuerpo desnudo, tus manos. Sólo soy un contador de palabras, triste sumador de sílabas, incienso en el mechero que arde en el fuego y, al consumirse, convoca imágenes. Las palabras salen de mis manos. Te traen hasta esta tierra que se abre al pie del monte que guarda de las piedras antiguas. La palabra, mi palabra que te nombra y anhela.