César Rito Salinas
La poesía hace el trabajo sucio para la prosa.
Para levantar esta afirmación parto del no sé,
voy a lo que intuyo junto a la taza del café.
Los días del calor corren sobre los árboles del patio,
desde la mesa puedo ver el canto seco de los pájaros,
los recuerdos del agua esparcidos con olvido sobre la tierra que arde el caminito de piedra.
La tarde arde.
¿Qué me dan las horas de marzo?
El ánimo del poema, esta lectura que nace sobre el esternón.
La sien izquierda.
Porque para escribir el poema será necesario
no encontrarse,
sin tomar asiento ni palabras,
sin descanso.
Bajo las piedras,
sobre caminos de aire,
con sol y moscas a cuestas.
Bajo el sombrero.
El tiempo en que uno ha de hacer lo que deba hacer,
Buscarse la ausencia hasta las letras.
Por ahí encontrará que nacen florecitas
junto al caminito de piedras.
Por ahí le viene agua al pozo
como una lágrima sin motivo
que carece de palabras,
espacio,
silencios.
Del silencio mismo que come y canta, caga, mientras te mata.
Del amor sin amor, de aquello que se extraña y jamás conociste,
del futuro sabido,
jamás imaginado.
Y al final la tarde junta moscas, transpiración -montoncito de palabras
que cargan la paz,
la vieja paz que tanto buscan las manos,
los dedos que se agitan frente a tu pecho,
sin descanso. De dónde viene
digo
el poema.