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sábado, octubre 19, 2024

Carta rezagada y abierta para Yolanda Gutiérrez

Reportajes

Habrás escuchado alguna vez la expresión «el amor de mi vida»; ah, muchas veces he pensado que ese amor nunca será definitivo. Voy por partes; hay un ayer impreciso que te contiene, nítidamente, entre las flores del jardín que yo regaba acomedido escuchando esa canción que hacía alusión al esbozo de un gato en tonos de cobalto y melancolía. El jardín era real, Yolanda, tan real que aún llevo sus restos de tierra y humedad en las mangas de mi pantalón; tus ojos eran reales también, realmente hermosos, fulgurando desde tu piel color jazmín, y tu cabello, onda de oro desfalleciendo en los ribetes del amanecer. Con cualquier pretexto yo buscaba estar cerca de ti, y hasta el agua que rozaba cuando nadábamos juntos me parecían caricias que tú me dispensabas. Cuarenta años o más de no vernos; la fusta implacable del tiempo ha domeñado en gran medida mis arrestos, Yolanda, y el beso puro de mi anhelo al pensarte, ya debe tener apostrofada su buena cuota de herrumbre. Pero mucho se salvó de aquel primer ejercicio de amores inocuos; mi vocación de jardinero voluntario, y esa inveterada costumbre de cantar en el mismo tono la canción que me permitió estar siempre cerca de ti en todos estos años. Gracias, Yolanda, por tu paciencia con este amor nunca declarado, gracias por la sospecha sin enconos de que algo me guardé de ti para el resumen de mi vida. No he hallado a nadie para proveerle de lo mismo, Yolanda; contigo se eclipsó la inocencia, y el despertar a otros amores fue azaroso y frustráneo. Hoy te recuerdo, Yolanda Gutiérrez y, sin alguna razón precisa, he decidido compartirte esta carta que no amerita contestación. Va para ti mi saludo con un abrazo legendario, solícito y cordial.

Fer Amaya

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