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viernes, noviembre 22, 2024

Cartas a Juana Centavo

Reportajes

César Rito Salinas
Ahora vienen por el aire a recoger los espejos que nos dieron, todo se repite como en la historia que contaba la abuela a mí madre.
En el principio danzamos con las nubes; somos aire. La belleza o la fealdad de nuestro cuerpo, los hechos de la historia tienen el peso del aire. O la fuerza del aire. Somos viento fuerte de donde el mundo obtendrá la energía.
Diez de Carne, el pueblo tiene hambre, compran su alimento por centavo, Diez de Carne. Viejos y nuevos pesos. En el principio fue el aire, esta es su historia, aquí te la voy a contar. Somos los hijos del viento fuerte, en 1842 Juárez vendió a un constructor español, José Garay, la concesión para tender las vías del ferrocarril. Chivela, Diez de carne, pequeña población istmeña que forma el portillo donde se encuentran los vientos de los dos océanos, donde nace el aire que derriba camiones; viento que hace con sus labios el cuerpo de la mujer y el hombre; la fruta. Primero vinieron los gringos por el paso del Istmo de Tehuantepec, desde el principio somos camino. 1859, año en que inician los trabajos del tendido de durmientes y rieles. Nacieron pueblos al amparo del marro y la barreta, la piedra abierta fue el nuevo canto entre los montes. Luego este pueblo, Chivela quedó abandonado cuando el gobierno vendió los ferrocarriles, ni un siglo duró la aventura de los rieles. ¿Cómo se dice tu nombre en zapoteco? Chii Beela. Chivela, te llamas como el pueblo donde crece el viento fuerte.
Ahora los españoles vienen por el viento, quién lo dijera. Doscientos años no son nada. ¿Aún les pertenecemos? Revoluciones van, revoluciones llegan y el instante que contiene la propiedad permanece. La tierra nunca fue nuestra, es del quien la toma por las armas o el canto.
La mejor estrategia de los conquistadores fue el rezo, nosotros amamos el canto y nos doblegamos ante su presencia. La vida democrática avanza en la nación, ¿todavía invocamos al progreso para quedarnos con la propiedad ajena? Primero vinieron por el oro, ahora llegaron por el viento. ¿Alguna vez te lo dije? En esta tierra nace el viento que derriba la mazorca, por eso nuestro alimento viene de matas pequeñas, para que no las derribe el viento que enloquece cuando lo llama el mar; en nuestra tierra no se da el maíz, somos gente sin maíz, sólo crecen hombres necios, mujeres enloquecidas por el olor de su axila, su entrepierna.
Con la llegada de trabajadores españoles (¿Ahora nos venden el llamado a ser solidarios con la clase social obrera internacional?, otros cantos) las mujeres que antes vendían cerveza junto a las vías del tren se metieron a la casa de teja a vender su cuerpo, Diez de Carne. La puerta del infierno está en Chivela, el viento que habla en zapoteco agita mis cabellos, “cabello mentirosito”, decía mi madre, que hablaba con los muertos, Diez de Carne. Puedo poblar este cuaderno de hojas blancas con personajes que se los lleve el viento a la Laguna Madre. Anoche mi vecino robó mujer, ahora suenan los cohetes para celebrar que la hija de la gente salió señorita. Diez de Carne, le abrió las piernas en medio de la casa del Diablo, el mismo Diablo vino hecho Diablo con bastón y sombrero y le metió la lengua en su sexo hasta inflar sus ovarios con todo el aire de sus pulmones.
El remolino del viento se lleva historias que cuenta en la calle a quien quiera escucharlas. En tiempos antiguos los hombres bailaban con las nubes, el viento los subía hasta las alturas. Un día llegó el Diablo con sus oficios, puso a sembrar la tierra a los hombres. A las mujeres las encerró en el corral, como chivas. Levantó su casa de lodo rojo, le puso tejavana de dos aguas. Desde la loma de Chivela se puso a cuidar las aguas del mar, el Diablo tiene sus planes. Llegó el tren, pasaron los gringos y los franceses, las mujeres estaban encerradas en el corral como chivas y parieron crías blancas con ojos azules. Se fue el tren, se quedó el aire fuerte que es el Diablo. Pasó la revolución.
El viento seguía ahí, como perro tuerto que no se mueve del patio. Dando vueltas y vueltas, como animal del Diablo que busca sin alcanzar su cola. Los hombres son perros, huelen el culo de las mujeres. Viento fuerte de la madrugada que anda vestido de blanco con los calzones rojos que robó del tendedero, el Diablo usa brasier color carne. Yo lo veo en la madrugada cuando sale del pozo con sus cachos relucientes.
El viento fuerte derriba el sombrero y malogra la flor, tumba la fruta de la rama del árbol. Yo me le quedo mirando con cara de perro al viento fuerte que corre en la carretera y derriba los camiones del pan, la cerveza. Ahora los centroamericanos montan el tren como si fueran el viento que corre por los caminos. Cientos, miles de gente sin tierra, sin destino sobre los lomos de los vagones.
El Diablo sabe sus planes. ¿A dónde irá tanta y tanta gente? La historia comenzó con Juárez, el benemérito guarda el principio de la memoria. La historia no tiene palabra, repite los ecos del pasado. Juárez no tiene palabra, vaga montado sobre el viento. Juárez es el Diablo que vendió la tierra. Juárez tiene aire en su cabeza. Juárez es un niño que se revuelca entre el remolino del polvo, se pinta la cara de tierra roja para que nadie lo vea, malcontento. Juega con la tierra y la luz, engaña al gato. Juárez es brujo, engañó a Maximiliano, un güero pendejo. Juárez engaña al perro porque en la noche atraviesa el patio montado sobre el viento hasta la hamaca de la mujer. Juárez mete mano, taganero.
A Juárez le gusta vestir de mujer y jugar el pecho inflamado de la adolescente. Corre en la madrugada el viento caliente, tira la cola de los gatos que suben a la tapia a esperar a su gato amante. ¿No lo escuchas como silba entre las varillas de la construcción? El viento habla como las campanas, para que nadie lo escuche. El viento fuerte se marcha del pueblo y silba la canción de los hombres con maña. Se para en la esquina a esperar a la mujer que pasa al molino y silba fuerte para que se levante el viento y la enagua. Agarra el pito parado de los hombres que salen temprano al campo. Viento mujer que riega los campos con sus orines agrios. Viento que escupe en la calle su saliva seca, Diez de Carne.
Mira el viento cómo se cuelga del alambre como un chango que busca a su madre; rasca su sobaco, pela su verga mientras nos está mirando. Orina polvo. A lo largo de doscientos años el viento fuerte sube al tejado a masturbarse, espía a la mujer cuando ella entraba al baño a cagar.
Cuando entra la noche baja y lame el culo de la mujer cuando ella abre sus nalgas para meter el estropajo. Tiene ojos de león, ojos de paloma que todo lo mira desde las alturas, lo grande y lo pequeño, tiene la lengua larga y puntiaguda que entra por el hueco del culo. Se mete al cuerpo, inflama la piel como cuando abren el toro muerto, entra por un agujero. Dice cosas en tu cabeza, dentro de tu oreja, brinca en tus pestañas. La puerta del infierno es tu sonrisa cuando refresca en la tarde. El viento subió a la montaña y enseñó a cantar a María Sabina, la hizo comer hongos de la tierra.

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