César Rito Salinas
En la adolescencia nadie nos dijo
cuídate de los domingos.
La cesta de pan combate el pasado
que se acuesta en la mesa.
Cuídate de los domingos, su alegría es falsa.
¿Por qué dedicamos poco tiempo
para nutrirnos?
Las comidas debieran ser interminables.
El día deja poco tiempo
para acordarse de cubrir
con sábanas blancas
los espejos
en la hora de la tormenta.
Yo habité mi infancia
en un corredor con cerca de madera
pintada de blanco,
un jardín con flores muertas,
entre piedras que arrojaban
a la calle
estruendosas carcajadas.
El domingo pertenece al viento fuerte,
hay que tapar las rendijas
de la ventana con cinta diurex
para la arena no pase a vernos
con mil ojos
azules.
El frasco de miel en la mesa alumbra
las comidas de la celebración.
Nadie nos advirtió de cubrir
el cristal de la mesa
para evitar los reflejos.
¿Por qué arrastro por todos lados la libreta verde?
El pollo trae los huesos de la suerte
que peleo con mi hermano mayor.
Comida criolla,
pollo frito con especias,
frijol quebrado con manteca.
Los aros de cebolla andan atrapados
en la llanura blanca de las papas.
Las sandalias pata de gallo traen noticias de
la arena del mar,
dicen de la melena de una mujer.
¿Quién riega la buganvilia de la calle?
En mi camisa estampada
el cangrejo abre sus tenazas.
De la penumbra salen canciones de amor
como si fuera una radio que nunca
descansa.
El viento azota fuerte
los cocoteros impresos
en mis pantalones.
En la hora de la tarde la figura de mi madre
se levanta junto al fregadero.
La luz que entra en diagonal por la ventana,
alumbra sus pechos de virgen.
Un gobelino que reproduce
La Última Cena de Leonardo
sirve como retrete para las moscas.
Una pared se levanta
en la cabecera de la mesa.
Café con leche y pan la tarde del domingo.
La cortina de la ventana dice adiós a los autos que pasan.
En la mesa la cubierta de cristal
refleja mi rostro poblado de granos.