César Rito Salinas
En la mesa vecina, terminado los postres,
alguien pregunta por la forma en que los tejedores
de hamacas logran
hilos de seda tan blancos
que tanto nos enamoran.
En el restaurante las mesas están ocupadas
por familias, ancianos,
jóvenes parejas de enamorados.
Está mal visto que las mujeres lleguen solas
a la hora de la comida.
Hay una forma triste cuando recibimos
los alimentos entre bisbiseos.
Alguien llega solo a su mesa.
pide carne,
guarnición de arroz
con verduras,
En la hora de los alimentos
se respetan las costumbres.
Nadie voltea hacia la mesa contigua
o hacia la ventana.
Las aspas del ventilador hacen fiesta
entre tanto silencio.
Cuando sirven el café los que se conocen
saludan con educadas
sonrisas.
Pareciera el restaurante de los maniquíes
o el cuarto para la foto.
Hay gente de oficina,
empresarios,
políticos,
periodista que cubren
la sección de Cultura.
Antes de pagar comienza la conversación,
la sobremesa con palabras escogidas
que forman cierto drama
sobre sintaxis oblicua.
Utilizan el tono de los poemas ingleses,
el de ciertos guías de turistas
o aquel -decimonónico-
de los cronistas
municipales.
La fórmula de la seda blanca se mantendrá
en secreto, protegida por ojos alertas
(hervir cabos entre sal,
Rama verde de maluco.
lenta lumbre con troncos de guamúchil
bajo el cazo trabajado
por los húngaros)
La saben los comerciantes y los políticos,
algunos periodistas,
pero callan
temas
de presidiarios.