Una de las mejores cosas que me han sucedido fue conocerte, saber de ti y quererte de forma apasionada; cada minuto, cada instante de ese tiempo privilegiado se fue haciendo inmenso, al grado de desbordar la cuenta de los años de lo que llevo vivido. Me doy por satisfecho y entro a la debida reflexión de que no hay más de eso, que no habrá. Para seguir sosteniendo esa esfera en mis manos, para dejar invicta la balanza de este afecto jubiloso, es preciso que así sea. Sólo extrañaré el río que se desbordó de poesía sobre la página del mar, siempre me hará falta el color airoso de tu perfume que aprendí a distinguir en los undosos pétalos de la distancia, desde mi retiro obligado frente al sur.
Antes de partir, definitivamente, te regalaré un sollozo de la luna y el rumor nácar del mar despertando los sueños de la arena; antes de irme quiero que sepas que pronunciaré en tu nombre las últimas palabras conque el crepúsculo desata las amarras de la noche. Te quise, no te quepa duda; te quiero, es toda mi certeza; te querré, estás palabras darán cuenta de lo propio. Tal vez se pierdan mis poemas, mis cantos, la manera recurrente de llamar a tus hechizos con el fervor de mi anhelo, pero nunca se borrará del cielo la luz que adiviné en tus ojos, nunca el sabor de los besos del estero. Ahora te guardo en mi mente y en mi entraña, y hago votos porque la vida te sonría de la manera en que yo tal vez no pude por mi condición de galeote distraído en otros empeños. No es verano y empieza a llover, de que fascinación vendrá esta primavera; ya lo dirán mi pluma y el impulso que le diste, ya lo cantará el ave que te reconoce en mí; ahora me guardo por tiempo indefinido, no sabré de la lluvia si tú no vienes con ella. Irme de ti, liberarte de mí, no atenerme al amor como solución a todo, el amor como un banco para el remero, como un estrobo para el ancla, como portalón de chinchorro, el hecho se cumple, el objetivo se alcanza, pero a costa de dejar la libertad empinada sobre la bitácora siguiendo un rumbo invariable para no naufragar.
¿Y no es mejor el naufragio como prenda de la libertad? imagina al náufrago asido a un resto de cuaderna a muchas millas del litoral, pero liberado de la rutina, del esmalte que dejan las horas en uno cuando los instantes se hinchan y rebasan la cuenta de los días. Para el hombre como mercancía eso es mil
veces mejor, al garete arriesgas la vida, pero a bordo arriesgas la muerte. Me voy de la circunstancia no de ti, y no sé ni siquiera por intuición cual será mi destino. ¿Recuerdas el pozo donde sumergimos un aljibe de estrellas a propósito de alimentar un almendro con aguaflorida? ¿Quién contará esa fábula inconclusa, o quién la concluirá quizá con mejor suerte? No he de saberlo, la vida no es exactamente una rueda de fortuna para ingerir de los hechos pasados los sucesos del presente; porque a partir de mañana lo nuestro es pasado, aún cuando nos esforcemos en darle otro carácter. Ya libre de mí, dejo a tu arbitrio los hechos que se sucederán en tu vida, tal vez un nuevo amor te haga vivir la plenitud que no pude conseguir para lo nuestro, tal vez me olvides en sus brazos, o quizá me recuerdes con beneplácito sumando a lo grandioso el puñado de rosas abiertas en tu honor por mi mano celosa y acomedida.
De aquí nos vamos cada quien a suspirar de la forma que más le plazca; el estío, si el estío es bueno recordarlo, volverá en las alas de la lluvia a confortar el sueño que ya no nos pertenecerá, pero que hablará por nosotros desde la luna en plenilunio, desde el sol en su nadir, desde el mar en su alta marea, desde la rosa henchida de pétalos fragantes, desde los peces, las aves, los sueños y la brisa.
Fer Amaya