César Rito Salinas
Las decisiones cotidianas que tomamos en la vida nos convierten, para bien o para mal, en personas singulares; como dice Óscar Chávez, «yo andaba buscando la muerte, cuando me encontré contigo», a veces creo que la vida misma ocurre como la solución del poema, sobre aguas calmas que se agitan hasta lo profundo.
– Voy en el asiento de adelante -dijo Arlen.
El taxi colectivo corría de regreso a Oaxaca, venía a cupo completo; a lo lejos – siempre habrá un «a lo lejos» que se aproxima a velocidades insospechadas-, se podía mirar barruntos de la tormenta, las oscuras nubes. Entrada la tarde la gente volvía a la ciudad luego de asistir a la fiesta del santo patrón de Matatlán, Santiago Apóstol.
En enero del 2022 – 9 de enero– en el palenque de Giovany Monterrosa un grupo de amigos se daban a destiempo abrazos de feliz año, el dueño de la casa preguntó a sus dos invitados:
– ¿Se enteraron de lo que pasó en Mitla?
En los días de diciembre los habitantes de Mitla se habían organizado para coordinar un festejo, fue tan concurrido que se pudo ver a la entrada del pueblo largas filas de autos para entrar al festejo.
– ¿Y en Matatlán?
– Mai, acá si se propone algo el mismo pueblo lo echa para bajo, de tanta envidia qué cargamos nunca llegaremos a organizarnos.
Dicho y hecho, se requirieron horas de labor de diálogo y negociación, tres asambleas del pueblo entre productores de mezcal y la autoridad municipal para que el pueblo se organizará y se decidiera a tomar en sus manos su destino.
La fiesta se hizo, el grupo de mezcaleros entusiastas se organizó con la autoridad municipal para celebrar la fiesta de Santiago Apóstol, y la gran fiesta del mezcal.
Los pueblos del Valle de Oaxaca mueren por division y mudez, el rencor y la venganza corren por sus venas. Más de un delito ocultan tras la aparente calma, más de uba venganza -los días de sangre se ocultan tras un vasito de mezcal. Cargan tanto rencor que prefieren migrar a los Estados Unidos a sentarse y platicar sobre las afrentas heredadas de generación en generación, de abuelos a nietos, de tíos a sobrinos.
– En Tlacolula transbordamos -me escuché decir aquella tarde al regreso de la primera fiesta del mezcal, desde el asiento trasero del taxi colectivo.
Hay días de sol o aguacero en que la vida comienza, pero, de forna extraña nunca llegamos a percibirlo.
Quizá porque somos el resultado de la atmósfera que habitamos, violentos, inesperados, crueles; cargados de infinita generosidad repentina.
Somos adoradores de Cocijo, todavía el Dios verdadero de los zapotecas, guía nuestras horas el poderoso señor que habita el monte sagrado, el mismo que una tarde subió al cielo y venció en fuerte combate a la serpiente de fuego, la greca escalonada.
Y como en los pueblos del Valle, con los mortales también solo se requiere un viento ligero, un pequeño impulso para cambiar el rumbo de la incierta ruta.
Nadie podrá saberlos, menos un aprendiz de escribano, pero hay días en que la puertas del infinito se abren y nos ve dicen.
En la Mezcalería Cuish – tiempo después– pude sostener la mano de una mujer generosa, Arlen, relámpago niño, diosa antigua del Valle.
Esa noche del encuentro en Cuish, luego de percibir la importancia de ese instante para mis horas del porvenir, mis labios repitieron la oración dicha tantas veces en el instante de lucha contra la serpiente de fuego, el mezcal.
– ¿Traes un diez?, con un diez la hacemos.