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domingo, diciembre 22, 2024

Corazón Glorioso en el patio del columpio

Reportajes

César Rito Salinas
La espuma avanza montada a lomo de las olas, forma una repetición que puedo ver desde la arena.
Digo a lo bajo “ola” y una brisa marina toca mi rostro, la sal recorre mis labios. Se deja caer sobre mis hombros. Cuando digo “trece olas, suerte” ya estoy dentro del mar, agito mis brazos como dentro de la panza de un caballo, todo flota burbujeante, cabalgo.
Estoy dentro del caballo.
Escucho el ruido de los gases desintegrando la materia. Mi cuerpo mismo (me hundo); no hay palabras que se puedan decir dentro del mar, porque no nazco aún. El mar nunca se calla, repetición tras repetición sobre las corrientes, la espuma blanca.
El mar trabaja entre la sed, dentro de la necesidad -como el desierto.
En el inicio de la temporada vacacional de Muertos las calles del centro, interrumpidas por la obra pública, reciben los puestos a media, las mesas trepadas a la tarima como mujeres perseguidas por lagartijas, las moscas caminaban en círculos entre los cuadros rojos del mantel.
Ella lloró al momento en que la joven del mandil puso los platos de barro sobre la mesa. Todo lo recuerdo, como un salmo aprendido en el templo. Era la mano de su padre entre sus calzones, dijo, una noche de su infancia. “¿Cómo se puede derrumbar un héroe?”, preguntó. Yo hablaba de lo cotidiano puesto en el poema. Hablaba del carácter de la mujer que se arrodilla para hacer la cruz de flores en el velorio de su padre. Cómo esa mujer se postra frente a la copa de aceite y agua, el triángulo de corcho, la hoja de lata, el pabilo encendido, la dilatada luz de los muertos que flota ciega para ofrecer respeto al dolor y dar compañía en la desesperación.
La mujer se hinca frente al muerto con el mismo pudor con el que lava su cuerpo frente al balde de agua, de espaldas a la ventana.
Como ella hincada agarra el agua, la jícara, agachada, sin mostrar el rostro a la ventana en la hora del baño. Como desataba sus cabellos acuclillada para no mostrar los senos en el baño. Como encogía su cuerpo para no mostrar la mata de pelos entre las piernas. Así la mujer que se inclinaba y extendía los brazos al poner la cruz de flores en el piso frente al altar por los nueve días del finado.
Hija cotidiana y pudorosa, frente al padre muerto.
Una rodilla en el piso, la otra a medio levantar para esconder el vientre. Hablaba yo de eso y ella recordó a su padre. “En la noche del velorio de mi padre un hombre me enamoró”, dijo. El río es una carcajada de dientes pequeños. La risa se propaga en el monte alto de la memoria. Baja de la montaña, en alguna parte de los recuerdos hay una montaña, la risa desgranada se posa en la piedra, ampara a la carne.
La tarde en el patio se quema entre la vergüenza antigua que incendia los ojos y la luz que se oculta tras el monte de piedras ¿Puedo decir Monte Albán? (No hay palabras que continúen la enumeración de las olas, ¿qué oficio es éste? Tanta sal y tanta sed y tanta sangre gritan y bailan como una horda de salvajes en la playa sola en horas de la tarde. La espuma sube, puedo oírla mientras yo me hundo).
Encuentro en las palabras que escribo una vieja relación conmigo, un antiguo conocimiento de ellas sobre mi persona. La palabra como cráneo pelado en lo alto de la pica, expuesta para el escarnio. Sólo la risa en el cuarto contiguo se acerca al cuerpo cargado de dolor. _ ¡Ay! El dolor es un gato que se niega a marchar de casa.
El animal domesticado lame mis manos. ¿Por qué antes de la noche los dolores se juntan en el cuerpo? La tarde. En el diálogo del dolor y el cuerpo la voz está excluida. La tarde. Interjecciones, monosílabos de animal que rasga las entrañas, como si tocara a la puerta. Toda ronda entre la cabeza y los espejos.
La palabra permanece silenciosa en la esquina de la habitación, como una araña. La palabra tela de la araña espera a la abeja, su víctima. El dolor viaja en los pulsos. Ay, de las muñecas al cuello, los tobillos, las rodillas. Ay. ¿Qué diálogo se arma con los ayes del dolor? El aire corre sobre la palabra abandonada, boca de cal, barro necesitado, materia antigua. Los escritores se hacen ideas equivocadas sobre una tarde en el patio. El cuerpo se consume en la hamaca, bola de alambre y espinas.
Ay. Más dolor, otra ronda del dolor, yo pago.
La primera lluvia sólo trae enfermedad –repetía mi madre. La vergüenza es una visita que se niega a partir. El agua clara se pudre en los floreros, la habitación se apesta con la lluvia. La gente existe con ideas equivocadas en la cabeza.
La vergüenza es un río azul que vuela por los cielos y nunca se extingue. No hay lumbre ni carbón que lave la sangre de la mujer que tuvo amores con su padre. Nunca alcanzará la arena para limpiar tu cuerpo. La lluvia, el abandono y el amor son tomadas como ideas que vienen bien para hacer la escritura. Yo hablaba del velorio y del amor a los muertos. Ella hablaba del amor con su padre muerto cuando el llanto se atoró en su garganta. Sólo contamos con pocos días de plenitud y sol para realizar nuestras labores. Majarrez pone a Henestrosa, “Rulfo dejó de escribir cuando dejó de beber”.

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