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viernes, noviembre 22, 2024

Cuando en la madrugada resuenan las notas de Coleman Hawkins

Reportajes

César Rito Salinas

Debemos profundizar en este último punto.
Hayden White, El texto histórico como artefacto literario
y otros escritos

Allá arriba alguien agarra a patadas el trasto hasta sacar notas profundas, que arden mientras llenan el aire de la noche.
La música desplaza a la anécdota, funda la narración.
Sueltan la mano.
Puedo afirmar que la tarjeta con el haikú se pierde entre papeles revueltos que salen de la bolsa de la camisa, los pantalones, el cuaderno, de los libros del ebrio tirado en el piso de la habitación. La tarjeta se extravía entre papeles; guarda el espíritu de la novela, el ánimo primero para hacer la escritura; resulta el mismo apunte que originó la idea, que vuela sobre baldosas.
Lava tus manos con cenizas del anafre, que lo sucio limpie lo sucio. Deja de cargar recuerdos entre las manos. La mosca decidió morir en el vaso. Renunció a su naturaleza aérea, ebria de mezcal se arrastra en la mesa. Los ebrios en el piso contemplan a la mosca, altiva, señora de los aires; la mosca contempla a los hombres que se arrastran de borrachos, imagina su cuerpo bípedo, erguido junto a la mesa.
En cada intento hay un anhelo de aterrizar en el futuro, en la esquina bebo tragos de mezcal cargados de moscas, mientras observo volar a los ángeles.
Penetro el mar de los afectos. ¿Te conté que en la infancia mis padres me dejaron al cuidado de mi pequeña perra? Aquella tarde salí a comprar galletas a la esquina, era un niño que sólo deseaba comer. Por un momento dejé a la pequeña perra; a mi regreso, un perro la cogía tras la ventana. Ella paraba la cola, sacaba la lengua, entornaba los ojos; esa tarde lloré por mi perra, cogida tras la ventana. Cuando llegaron mis padres lloré con mis padres. Por mi descuido dejé abierta la puerta, la perra salió al patio. Murió aplastada bajo las ruedas de un carro.
Mis padres consolaron mi llanto con regalos, yo era el último hijo de mis padres, su benjamín. Aquella tarde lo supe, las cenizas borran las manchas. A nadie dije el incidente de la ventana.
En noches de calor veo a la perra con sus ojos entornados, el culo por lo alto, su amplia sonrisa entre los colmillos blancos; su lengua roja llega a lamer mi rostro. Lloro por mi perra muerta. Lava tu cuerpo con cenizas, que el pasado borre el pasado. Ama a la mosca ebria que flota satisfecha en el vaso, cuando el aire muerde tu entraña.
En este momento en el país hay ocho mil ochocientas ochenta y ocho almas en busca del poema. No son muchas ni son pocas, son un montón. Corren tiempos duros, hace falta vivir otra vida.
La anécdota pasa, cargada de malas vibras. El que escribe en la madrugada es un fantasma, un recuerdo que se inventa. Puedo afirmar que lo importante son las palabras que salen por el aire, tras las notas profundas que arranca del sax Coleman Hawkins.
El pretexto es la noche, el viento que se acerca a mis cabellos y me cuenta historias cargadas con el tono de músicas extrañas.

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