César Rito Salinas
La música, con saltos en el aire llama a las cosas perdidas. La llave despierta, de forma inesperada desata la furia porque entiende que otra ocupa su lugar en el llavero.
La música llama al Dios de la Guerra, que juega en la calle con los perros; despierta a los muertos que prestan oído al viento que se unta a los caminos; los ofendidos, que mantienen bajo la lengua una diminuta piedra; los marginados, que llevan en el pecho todas las canciones.
La música en la oscuridad permite que todo lo extraviado recobre vida y ande.
Entre los objetos que carga la gente,
relojes, lentes oscuros,
sombreros, se esconde
la envidia.
María Sabina nació el 1894, según consta en acta bautismal. Gordon Guasson publicó sobre sus cantos en 1955, fue portada del Life. María Sabina anciana y niña.
Ella viene de una rama del género humano que desconoce su propia edad, fue intocada por la letra impresa. No conoció a su padre, murió cuando ella era niña, convertido en guajolote, con granos en el cuello. Los vecinos y su familia entraron a su casa a robar sus pertenencias.
Pobreza y riqueza no hacen la vida.
Hace la vida el lazo dramático que se extiende de padres a hijos.
El odio no es nuevo.
Viene de muy lejos, de los ojos abiertos del mono que descendió del árbol.
Enciendo el cigarro para obtener compañía en esta tarde en que se sueltan los recuerdos de la vida pasada. María Sabina dice: conozco al gobernador, conozco al juez. Yo sólo conozco al presidente municipal que niega su permiso para que los niños jueguen en el parque.