Doy por cumplido mi propósito en esta vida: hacer nada. Sólo necesito diez minutos para documentar la forma caprichosa en que logré como un hecho mi propósito.
Es justo informar el sitio, la hora y el día en que, de manera urgente, recibí el galardón de especialista en hacer nada, de manos del decano de la cofradía de ineptos, monsergas e incapaces.
Este personaje agorero sólo pronunció mi nombre y el galardón con que se me distinguía, pues el diploma, medalla o diadema, implicaban un hacer, en la forma que más nos guste o complazca.
El mencionado y yo fuimos los únicos presentes en el evento, pues los demás, arguyendo la justificación de otros compromisos, brillaron por su ausencia.
Una vez poseyendo mi fabuloso distintivo, me dirigí a las oficinas de gobierno en busca de trabajo. Me dijeron que no había cupo en ese encargo pues tenían a treinta personitas, entre hombres y mujeres, cumpliendo con él, y que se les llamaba diputados, que sólo seguían la orientación de una mirada guía para votar a favor (o en contra) de la especie propuesta para nada.
Oh, pensé, (Oh es el pensamiento perfecto), con los togados que visten bata blanca, y ofertan otra vida a cambio de lo abstruso e inenarrable de la corriente. Me fui para allá en el acto, provisto de un vino guarro y unas obleas. Me dijeron que ese hacer nada tenía sus requisitos: un encierro de cinco años y abstenerse de cópulas y machihembrados. Por supuesto que me fui de ahí a convidarles mis obleas a las palomas y mi vino a los del escuadrón, y requisité un formato que me alcanzó el artillero del parque, ese compañero que, bazuca en mano, libra una batalla contra los demonios hediondos del insomnio y la madrugada.
Me apersoné en el cuartel de los especialistas en hacer nada. “Soy uno más”, les dije, “Quieres ser uno más” me dijeron. Sobre mi fuerte me preguntaron si era la prosa o el verso. Les respondí que los tacos de masa de coco y las tostadas con hielo y sal de chile “Miguelito”. Me vieron con inmensa alegría. “Eres una fortuna de hacer nada”, me dijeron. Me entregaron hojas de papel Bond y un lápiz Dixon.
Hace más de veinte años que siguen las hojas ahí, amontonadas, quisquillosas, y yo diría que harapientas, esperando la inoculación del lápiz. Pero este sirve mejor para rascarse el omoplato y para perseguir volutas de humo en forma de donas, o más bien dicho, de salvavidas.
Bien cuando aprecias que hacer nada es hacerlo todo. Qué fuera del todo sin la nada. La nada es esa oscurana territorial en donde el todo es como una raja de luz que prevalece más allá de los agravios y de la inquina. Mi solvencia en el sentido de hacer nada, está amparada por ese todo qué pasa desapercibido en el mundo de lo cotidiano. No sé, tal vez al cabo de mi vida haga yo algo semejante también a hacer nada a falta de todo, a falta de mucho o de poco que, a razón de lo mismo, es suficiente, necesario, pero inútil para la idolatría de los eunucos del progreso y el orden. Ojalá por lo menos ahora sí podamos llorar sobre los Ríos de Babilonia, por palestinos y judíos, sometidos a la acechanza y al terror de los dueños del mundo.
Fer Amaya