César Rito Salinas
Decir, declamar, pronunciarse.
Que de esto ya lo sabían los griegos, y los humanistas del siglo XII.
A la manera de Cicerón, levantar las piezas de la oratoria, las cláusulas, lo descubierto por Alberti, la storia.
Demencial.
En pocas palabras convencer a la audiencia a partir del lenguaje escrito; más hacia este tiempo, acercarse a las obras a partir del ejercicio de los sentidos expresado con el lenguaje de la poesía.
Mirar con la piel, respirar con el tacto, interrogar al aire y volcar el cúmulo en palabras.
Vaya, venga, hacer poemas, poesía con la pieza que reposa frente a nuestras narices como imagen de referencia; oler la superficie de los colores y establecer recuerdos, levantar memoria, andar el diálogo con la pintura a partir de nuestra estancia en la tierra.
Hablar con el ojo de la época.
Borde de agua, ribera de un río detenido que florece, florecida. Campo con girasoles ocultos. Miro lo que miro porque intento saber qué guardo en la memoria.
Miro con la memoria de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha.
En cada mirada hay una condición previa que establece -anticipa- la percepción, el registro. Como un perro que habla a gritos. Los colores se deslizan por el cuadro, avanzan hasta impactar la piel, la retina, los olores son el barquito de papel que me conduce por los mares del olvido, los recuerdos.
Porque nadie inventa nada lo que uno escribe ya fue dicho por otro. Porque el maestro Alberto Blanco ya soltó las letras sobre piezas que elaboró Ta’min. Chicu Min nuestro (Francisco Toledo).
Venga, dale.
NAT lo sabe, establece más que formas y combinaciones de colores el tono de las palabras olvidadas.
Las palabras que ya no tienen palabras.
El lenguaje olvidado.
Lo dicho que existe en el olvido, pero que no por ser olvido -memoria- no deja de estar ahí frente a los ojos, el instante.
La China, NAT.
Hay azules que no emergen, que alcanzan el ocre. Hay rojos y blanco que cuelgan como carne en la carnicería o como en eltaller de costura donde trabajan manos sabias, las que levantan el zurcido desde la respiración pausada que sabe, conoce que el aire se debe jalar a puñitos lentos como quien toma una cápsula.
Y el cuadro se vuelve acción mientras lo miro, desarrolla lenguaje.
Porque se pinta para contar historias, vea usted si no.
¿Puedo reconocer la sala de costura o el quirófano?
Nadie podría saberlo.
Hay rojos y amarillos, si se mira bien ahí, perdido al centro de la pieza está el amarillo como decir azul rey, azul NAT, que levanta el tono como quien borda huipiles con la naricita respingad.
Pieza-tejido, materia indefinida que nombra y nadie sabe lo que nombra y el que está enfrente confundido debe desaprender del presente y enterarse hasta volver a enseñarse a mirar.
La pieza habla, levanta preguntas y retrasa respuestas.
Impacta el tiempo.
Un poco a la manera del poema.
Un poco, también, como el periodismo narrativo.
Como meter la nariz y comunicar los hallado con palabras bonitas.
Como entrar a una carpintería donde herramientas y materia prima no anticipan el resultado.
Puedo ver en el cuadro la piel de una jirafa.
Gira jirafa.
Miro el centro, a la manera de los antiguos zapotecas.
NAT la china de ojos enormes muy istmeña ella, muy hermana del Istmo.
Y acá encuentro el elemento que toma mi atención. Cuando miro este cuadro de NAT se abre el espacio donde -en mi cabeza, mi corazón- están los colores de la ropa de mi madre.
Aquel primer acercamiento a una estética de la imagen, los colores que cubren la piel.
Y ahí se instala la imagen vista, en esa zona de mi cerebro donde se arman las palabras. En el espacio que relaciona los conceptos.
Y en mi rostro vuelve a correr el viento fuerte del Istmo de Tehuantepec, me hago invisible, dejo de existir y solo emerge el lenguaje de primordial, ya olvidado.
Y viene y avanza, sacude mis palabras, se hace de ellas.
Cuando veo la obra de NAT dejo de ser yo y mi contexto para convertirme en un par de ojos que sienten la tierra, su tierra, el origen.
No se trata de venir acá y repetir las descripciones leídas en catálogos de los museos, no.
Se trata de desaprender, de mirar con la piel.
Frente al trabajo de NAT olvido la preceptiva, a los teóricos de la pintura.
Se trata de mi persona, de los que recuerdos que conservo y del aire que respiro, los elementos que hacen la vida.
Entonces está la forma que se unta, escurre.
El mundo largo y ancho, el espacio que se mira detrás de un espejo.
A la manera de los pintores del Renacimiento, y de aquellos que los siguieron, los pintores manieristas.
El aserto de la obra que nos remite a/, que nos conduce a lo ya vivido.
Al ojo que tiembla.
La zona de lo visto y olvidado.
El tiempo.
Si, la pieza de NAT me lleva a lo visto en mi infancia.
Y ahí es cuando el cuadro y sus colores entran por mi piel, por el aire que respiro y se instalan en mis papilas gustativas.
En el sitio que da origen al lenguaje oral, el cielo del paladar..
Desaparezco para dar espacio al territorio.
Así es la obra de NAT.
La China.