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miércoles, enero 8, 2025

El alba de los pájaros

Reportajes

César Rito Salinas
Para Carmen Elisa y César Alejandro
Dije muchas palabras en la llamada, hablé de un código nuestro, secreto, del uso de una clave que sólo ella pudiera descifrar. Los nombres encierran misterio; para superar la angustia cuando intentamos comunicarnos recurrimos a los relatos.
Andrés Henestrosa contó la historia de cuando en su pueblo, San Francisco Ixhuatán, juzgaron a un loco por su mala conducta con las mujeres. Pasaron al estrado distintas personas de conocida probidad que fueron testigos sus ofensas. El loco permaneció en silencio, sentado con la espalda encorvada, los ojos muy atentos como quien espera desesperado ser atendido en una carnicería repleta de clientes; con tales testimonios los ancianos del pueblo no dudarían en emitir sentencia, la inmediata expulsión del pueblo. Antes de leer el veredicto pidieron los juzgadores que tomara la palabra el acusado, querían escuchar que pidiera disculpas por las ofensas cometidas, que mostrara arrepentimiento en espera de un poco de piedad. El loco, ceremonioso, se incorporó de su asiento y dijo:
__Veo pura gente cuerda para juzgar mis locuras; pido que asista otro loco para que me juzgue.

El hombre escribe con la pierna doblada porque al asumir esa posición siente que corre mejor la sangre, que se alimentan correctamente los pulmones, el hígado, el corazón, las venas que alimentan los dedos. Hay tantas teorías sobre la expresión pero nos olvidamos de la alimentación correcta de la sangre.
«Hablan porque tienen boca”, mi madre así lo decía. En la escritura no hay gestos que puedan anticipar las intenciones del que habla, sólo puedo imaginar las palabras. Ella no es mala, no sé su paradero, se fue antes que temblara, esa noche del jueves, como a las diez; sólo se enoja y no sabe qué hacer más que salir a la carretera; levantar la sonrisa, subir a los camiones y amanecer en otra ciudad con otra gente.

El hombre que escribe intenta controlar la circulación de su sangre. El hombre que escribe sentado, hipertenso, frente al trasto de las palabras desespera entre la lectura, la distancia; cierto grado de miopía lo aqueja desde la infancia, sobre la luz las palabras se suceden a una velocidad constante, la escritura ocurre en un orden cercano a su transpiración.
A finales de septiembre el aire no dejó de soplar, “viento que anticipa Todosantos”, dijeron las ancianas. Las campanas de la iglesia repicaron temprano, la gente recordó con ofrendas de flores y rezos de nueve días a los fallecidos en el terremoto. La presidenta municipal había pactado con líderes de la oposición para que las manifestaciones de protesta contra el gobierno no empañaran la fecha, había reclamos. El polvo de los muros derribados revoloteaba en la calle como esperanza que permanece ciega frente al rostro de los necesitados.
__Sonia, ¿escuchas el caballo? Parece que se acerca.
__Duerme, la fiebre te atormenta.
__Sonia, quiero escribir tu nombre.
__Escribe en el aire, con la lumbre tu cigarro.

El relato no contiene la descripción de lagos apacibles o de mujeres ausentes en medio de batallas perdidas, ni campesinos resignados con el sombrero en las manos, las ropas raídas; al relato no llegan los políticos miserables, los patrones. Tampoco aparece la posición de clases, no hay signo de la división de clases, en los relatos existen cuadros vacíos que aportan el significado.
En la hora del relato, Todosanto Nuevo, la tribu que anda entre pecho y espalda mantiene el movimiento necio -sin movimiento la tribu que anda sería olvido (el movimiento existe entre la confusión que crece sobre la geografía marcada por cenizas). Atraviesan el camino como perros o gatos recién paridos, con ojos cerrados. Para ubicar a la tribu que anda entre pecho y espalda debo mirar el espacio, la sombra que dejan caer las horas a la puerta de la taberna en la tarde bermeja. El hombre niño que guía a la tribu que anda desconoce las palabras exactas, solo guía a la tribu que anda con los ojos cerrados como gato o perro de apenas tres días de nacido.

Para llenar ese vacío el narrador de historias transpira, pero esa acción resulta insuficiente porque el que descifra el mensaje goza de otra atmósfera, alejada de la transpiración.

Escucho podcast de Radio Educación, los 52 tips de Eusebio Ruvalcaba para escuchar música clásica, la semana no termina, quisiera salir a echarme un trago, un chapuzón en la alberca. Me pregunto dónde será la guerra. En la calle pasa un ejército de empleados del gobierno, suben con banderas que se agitan al viento, pasan caballos con jinetes, pasan las armas con sus altos escudos, pasan birretes y pasan cabezas rapadas del ejército; pasan hombres y mujeres con la transpiración que perla su frente, las gallardas espaldas; pasan las olas del mar que arrojan al hombre a una playa sola y me dejan con la miserable necesidad de un trago de mezcal (los ojos rojos de lágrimas).

Hay una suerte de liberación que crece al ritmo de las letras; permite que problemas y encargos se suspendan, solo ocurre el tiempo donde el que escribe no tiene el control de la narración y se va enterando de la historia conforme aparecen las letras (escritor-lector).

El canon sólo sobrevive bajo la forma de la teoría, la filiación académica. Escribir está convertido en asunto de minorías letradas que logran que se imponga la narración en el gusto de la mayoría ausente; está la magia de las imágenes que brotan en la oscuridad. El recorrido de un punto a otro punto genera el amor, porque ocupa el espacio vacío en la persona, la migración; el movimiento de las sombras que habitan entre los propios recuerdos, como un secreto.
Pongo ejemplos: “Tarde de calores”, en lenguaje de los babuinos quiere decir atenta. “Cámara de Diputados” quiere decir, en el lenguaje de los grumetes, abrázame. Juan trataba de inventar palabras, compartirlas con María para descifrar el presente que llega con la materia con que se elaboran los relatos con cierta información oculta. “Ojos de lagarto” quiere decir, en el lenguaje de los adictos, te pienso.

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