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viernes, noviembre 22, 2024

El asunto de la clarividencia

Reportajes


César Rito Salinas

Se requieren asuntos de la clarividencia para habitar la ciudad violenta. Traer el ritmo de Brasil a la cama a las tres de la madrugada será comenzar la caminata cargado de presagios.
Noche larga con aguacero en medio del redoble de la batería, el bronce de los platillos como extensión de la lengua del que baila.
O habla.
El bronce lleva un sonido dulce. Madrugada de aguacero. Quien está tumbado en la cama siente en el párpado, en singular, en plural, el efecto de la duermevela se pierde, el retumbar sabroso de coros y batucada en los audífonos. El desvelo es un placer intransferible, algo muy individual y por elección propia. Todo esto ocurre, los platillos, los coros, la música del Brasil, antes del sueño, justo en el instante previo a que el párpado se cierre. Entre el cerrarse del párpado y el sueño, esa acción, la mano cobra vida. La mano es una buena obrera de la madrugada que obedece las órdenes de qué o de quién y busca la libreta, la pluma. Y se sueño se espanta, como vieja en la calle frente a los autos.
El sueño se evapora a las tres de la mañana, es inútil intentar recuperarlos. Los buenos sentimientos hacen brotar la mala literatura, dice Gregorovius dice Cortázar dice Rayuela. ¿Dónde andará la Maga a las tres de la mañana? Lucía. ¿Era Lucía o Alicia? El libro tiene cincuenta años de publicado. Me gusta esa parte, capítulo 23, digamos, donde entra toda la música sobre el cuerpo de los personajes en el piso.
Ahora estoy ten la cama y golpea la lluvia sobre el cristal de la ventana.
Me calcé los audífonos cuando ella habló en mi recuerdo, de una historia del pasado y yo tenía los ojos puestos sobre la mano del hombre. En aquella despedida en el restaurante el hombre retuvo su mano, las yemas de sus dedos más del tiempo requerido por toda cortesía. La imagen o el recuerdo de esa imagen o mi imaginación de algo que nunca ocurrió me lleva a la historia de Horacio y la Maga y Gregorovius.
La noche en que Horacio se retiró del cuarto de la Maga en la cama, dormía un niño de brazos con temperatura, una infección, los pulmones, algo de eso. Horacio salió a la calle bajo la lluvia y se refugió en un teatro donde escuchó a una pianista loca. En mi recuerdo, de esa parte de la novela se incluía un supositorio. Las nalgas apretadas. La lluvia sobre París.
Las lecturas de la juventud conducen a un comportamiento determinado en el hombre adulto, debo aceptarlo. Eso es la cultura literaria. Prefigurar acciones de la vida cotidiana, marcar la existencia con referentes. Por eso me sentí Horacio, y a ella le vi cara de la Maga. Y al hombre que retenía su mano en el restaurante, cara de Gregorovius. En ese restaurante no quise hacer una escena pero ella notó la distancia entre mi mirada y sus cabellos, reaccionó: “Me dices que soy puta” —dijo—. Yo no decía nada, sólo veía caer el aguacero sobre las calles de París, en la novela de Cortázar. Horacio Gregorovius la Maga.
En la madrugada con aguacero las lecturas entran por los poros del cuerpo de quien desvela, anticipan las respuestas de la vida de mañana. Así, Paquito D’Rivera en esta madrugada de aguacero, crece lento como los celos, se acomoda entre el olor de la tinta barata y las hojas de la libreta. El tabaco encendido ante la llama, la sustancia arborícola busca el cielo, hace figuras en el aire.
Paquito D’Rivera en la madrugada de aguacero crece, se hace grande junto al texto rojo, de cera.
La música es la imagen de un encuentro en el restaurante.
El reflejo anticipado de la acción que vendrá.
—Hola

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