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domingo, diciembre 22, 2024

El burócrata presupuestívoro

Reportajes

Cesar Rito Salinas
Si no tengo derecho a ser plural en plumas, líbrame de mí.
Eduardo Milán, El nombre es otro
El burócrata tiene la cabeza dura como un coco.
El burócrata de la cultura como el personaje desubicado de un cuento, la historia oculta en los dos relatos.
En la gaveta de su escritorio guarda una botella de Coca Cola, una torta de jamón, sin verduras, con harta mayonesa.
Yo intento bordear la narrativa.
Explico la importancia que tiene proyectar la obra de un artista plástico de la ciudad sobre los muros de la catedral mientras, al mismo tiempo, se escucha la marimba con una una mujer lee poemas en voz alta.
La acción de la poesía tiene como espacio el folclor, la geografía delo ya conocido.
En los tiempos de muros será imprescindible proyectar sobre ellos belleza, música que anden a sus anchas sobre la piedra, faunos y mujeres de pestañas largas, jirafas y elefantes, caballos, camellos, el hato ganadero, leones con melena, ropa puesta a secar en el tendedero bajo las altas pasiones de la distancia, sirenas y desiertos, el oso hormiguero.
El burócrata mientras me atiende de vez en cuando baja la mirada a la torta de jamón, discretamente, pasa la lengua por sus labios.
El coco duro que carga en su cabeza trata de entender, relaciona todo con la mecánica, pide que presente el proyecto con tres copias.
El coco duro pertenece al ejército electoral del partido gobernante, lo reconozco.
Yo traigo en la cabeza a una mujer con las faldas agitadas por el viento, las piernas que cubre esa falda oscura, los ojos grandes de la mujer que viste la falda, las pestañas largas de mujer enamorada, sus ojos entre los cabellos.
Yo pertenezco al ejército de desempleados que sueñan con un mundo mejor, sigo la mecánica del procedimiento, saco sin pudor pluma y papel en el transporte público, escribo mientras mis labios recuerdan la lengua, las piernas de la mujer que amo.
En el tendedero donde se cuelgan el viento con el sol de la tarde arden los amores. No me resigno a dejar pasar la imagen.
Soy la piola del tendedero donde el viento deja la marca de los besos, su escama blanca. Tengo un poema.
Lo pasaré en digital para proyectarlo en el muro de la iglesia. Son tiempos de muros. Los muros hablan, me digo cuando descubro que todo me será negado. Imagino las piernas inmensas de la mujer que amo proyectadas contra la edad de las piedras, cierta caspa verde de un mundo verde que se desploma. Siempre amaré las faldas cortas, a las mujeres de piernas musculosas, puestas al aire que se cuela entre sus piernas -secretamente transpiradas.
Yo no trabajo con el gobierno.
Entre el olor de la piola cuadra todo, recuerdos y pasajes. El aire tiene la facultad de dar peso a lo inasible. El viento con su sintaxis feroz se lleva los pensamientos. ¿Qué haremos con los pensamientos caídos? Volveremos para enjuagarlos en la pila de agua y de vuelta a la piola del tendedero para que esperen vientos mejores que no les desarreglen el peinado.

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