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viernes, noviembre 22, 2024

El camino al infierno

Reportajes

César Rito Salinas
Va siendo hora de nombrar
OLALLA CASTRO HERNÁNDEZ, Entre-lugares de la modernidad

Hay quienes escriben para sus amigos y lo gritan a los cuatro vientos sin el menor pudor; lo digo ahora: escriban para el infierno, que está sembrado de amigos.
La acción salió al mediodía, habrá volado de libros. ¿Águila o sol? Alguien apuesta su dinero contra otro que apuesta sus libros. ¿Cara o cruz? La lista de jugadores podrá ser tan larga como se difunda, corran la voz. La ciudad está llena de gente empobrecida. Todo el azar inicia en la necesidad. Con los tiempos que corren, mal gobierno y peores curas, hacen que el dinero sea insuficiente para comprar libros.
La gente está sola y necesita compañía, imaginaciones que traigan noticias, que vuelen en las páginas cargadas de letras. El problema es el mismo de todos los tiempos, no hay dinero. La propaganda dice, leer para ser mejor. Ante los viejos conflictos las nuevas soluciones. La apuesta. ¿Es salvaje apostar libros? ¿Será incivilizado arriesgar el poco dinero en la letra ajena?
La apuesta implica un estadio individual y social bárbaro, desesperado. La gente quiere poseer futuro.
La lectura es una actividad del futuro, siempre se le pospone porque no hay libros qué llevar a los parques, los hospitales, la cama. Los jóvenes no tienen dinero, no trabajan, no hay empleo para los soñadores, no estudian, no hay saber para el que duerme; o los que participan en la apuesta son vulgares ludópatas que adoran el correr de la adrenalina sobre el aire que respiran.
Lo bueno es estar vivo, inventarse causas para conseguir objetivos. Los apostadores de libros forman una logia secreta en la ciudad. Resulta que es bueno ser ganador de apuestas. El aire es más aire con las manos repletas de libros. El aire que respiran los apostadores de libros hace revolución en sus alveolos pulmonares. Los apostadores de libros son gente sin baro. El libro confirma, limpia el aire.
El libro engorda el pecho de quien lo porta. Realmente es bueno salir del antro con libros, glamuroso como salir de fiesta con la bella mujer agarrado a una enorme pila de libros.
Dos
El día que me vine a enterar del lugar de mi nacimiento fue cuando el profesor solicitó el acta del Registro Civil para tramitar la boleta del último grado en primaria. Yo era pequeño, un palo con ojos, y llevé desconcertado la petición a mi madre.

  • Voy a la escuela a decir que eres mi hijo –dijo ella.
    Yo era un niño, un palo con brazos frente a mi madre que tenía las manos mojadas sobre el mandil.
  • Que no quieren que vayas, quieren el papel –respondí ante sus ojos serenos.
  • Pues te llevo al puerto, allá naciste –dijo mi madre aquella tarde que regaba las flores de la maceta.
    Subimos al autobús que amaneció frente al mar, era la primera vez que salía de la tierra donde nacieron mis padres. El puerto me resultó conocido, las calles, la oficina donde nos entregaron el documento, el mercado. Hay en la memoria un sitio de las cosas que no conoce. En el puerto la voz de la gente tenía un sonido diferente al de la voz de los habitantes del pueblo donde nacieron mis padres; apurado, metálico como tambor que rueda por la ladera. Yo era un niño, un palo con la boca abierta pegado a la falda de mi madre.
    Tres
    En la noche de luna hay hombres que brincan la cuerda como políticos o comerciantes para ganarse la vida; a los ojos de todos. El hombre frente al ganado busca progreso al amparo de la luna como otros hombres lo persiguen protegidos por el silencio del parlamento o bajo la luz artificial del comercio.
    La luna promueve el delito, por consentidora. Enfrente se mueve el ganado como el mar apacible en la bahía. Las reses mantienen su lucha contra las garrapatas, los murciélagos. Los seres insomnes son presa fácil del abigeato.
  • Voy a saltar –dijo el hombre.
    En las praderas o las ciudades la luz de la luna alumbra el delito. Llegan las palabras con tropel de reses sobre la tierra seca. El delito está enfrente, corre ligero por el aire que mueve las hojas de los árboles. En la noche las líneas del cuaderno están dispuestas como graderías solitarias en los hospitales o los estantes vacíos del comercio.
    Hay gente que se obstina en imponer la marcha fúnebre como canción de moda, lo vemos en los noticieros, en los discursos de los políticos, en la cátedra universitaria. Todos tratan de hacer su humilde participación para fomentar el gusto juvenil por la muerte.
    Me gusta la forma en que Dos Santos empieza a contar, como si estuviera fumando: retiene el aire en su pecho y lo expulsa lentamente. Así salen las historias, como el humo del cigarro que se embarra a los cuerpos.
    Tú y yo nos miramos envejecidos cuando nos encontramos. Canta Sinatra en el trasto de las palabras. Chicago y Nueva York. En la cabeza crece la imagen de un mafioso con sombrero y cigarrillo en los labios apretados. 1930. Llevamos nuestra vida a la manera de una reseña cinematográfica, por las intensidades de la curva dramática. Habitamos el sueño, cargados de historias. La cortina de acero. Los promotores del mal. En casa recomendaban películas con historias de los grandes hombres de la Biblia. Las películas con su música son el espacio donde el gobierno vierte sobre nuestra alma todos los temores que justifican la guerra. La inocente oscuridad del cine donde agarré tu mano. La respiración a oscuras juntó nuestras piernas, la derecha con la izquierda. La luz de los edificios en una ciudad junto al mar se alzaba en la pantalla. Nueva York. Crucé mi brazo sobre tu hombro. Cientos de balas sobre los autos como adioses en el muelle, como pañuelos blancos de despedida, como lágrimas. Mi mano en tu seno, nuestros ojos atados a la pantalla.
    El hombre cuenta la historia con la precisión de un reloj resacoso y certero. No requiere mucho para observar que su historia cobra vida en los ojos de quien la escucha, sólo deja correr el tiempo sobre la tarde.
    ¿Por qué confundir una fría ciudad del altiplano con el puerto pesquero? La ciudad con sus marchas de protesta, oficinas cerradas, falta de agua y noches con mezcal y fandango. El señor obispo delinque cada domingo, declara a la prensa. Los edificios con sus políticos y los semáforos. El tiempo se abre y cierra sobre los párpados cargados de sueño.
    _ Una lectura, ¿dónde? –dijo el poeta ante la invitación que le hacen los amigos para presentar su trabajo.
  • Bueno, nos la aventamos –acepta.
    El sol sigue parado en la calle como agente sobre la caja del crucero. La pipa roja alumbra el camino de las protestas. El encendedor azul es un hisopo que riega bendiciones. Jueves, noche. El cuerpo harto de calor y sequías, mal gobierno. Asoma la tristeza en el alma, gime como perra echada en ladrillos rojos del patio. La tristeza avanza en las horas al lado de la tortuga de papel, vigila atenta el funcionamiento de la máquina de hacer palomas. García Vigil esquina Jesús Carranza.
  • Una lectura, ora pues –dijo el poeta sin que nadie lo escuche.
    Andar por la vida con libreta y bolígrafo en la mano es una forma de ejercer el poder para defenderse del pasado y sus fantasmas.
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