César Rito Salinas
No diga usted majaderías.
Bernard Shaw, Héroes
Desde aquí se ve Santo Domingo.
La pregunta seguía siendo esta, ¿cómo se puede desde la guajolota del capitán Mares abordar el libro, un lenguaje refinado? Al momento del vuelo, de salir de la isla, todo el mundo tiene claro en la conciencia su miedo a expresar su lengua caribe; el tono de su voz en la ciudad del macizo continental. La pregunta surge en la incomodidad del asiento del avión, ¿cómo cambiar y seguir siendo uno mismo? La pregunta a 30 mil pies de altura y un sentimiento de valemadrismo te libera del asiento más allá del cinturón y los brincos de la vieja aeronave, la lucecita roja de advertencia en el porta equipaje, la mascarilla de emergencia.
Todos los escritores están ubicados por el uso del lenguaje, su orientación cultural los identifica como gente de barrio, ciudad; nación. O clase culta, letrada. Expresiones que giran en torno a un lenguaje metropolitano. Hay que emitir la oración sin resentimiento, como si no existieran los suspiros, eso sería como integrase a cierta modernidad.
- Te disgusta –dijo el viejo mientras apuraba el vaso de mezcal-, a nadie le gusta que su mujer vaya a vender, anda, corta el limón del patio y dile que vaya a vender, ojalá salga algo.
La ecuación que pregunta sobre los tonos verbales era de tiempo, un lapso de tiempo, digamos lo que dura el vuelo de Puerto Rico a Nueva York.
¿Cómo llevar el marrano en salsa roja de guayaba sin que nadie se entere durante el vuelo? El olor traiciona la caja, el embalaje. O mejor planteado, ¿cómo llevar el guiso de la abuela a los rascacielos? Allá también venden comida. - Pídele a San Antonio, mijito.
La ecuación era de espacio, como en los tiempos del abuelo Juan, de papá José, de las tías Natalia, Josefa. El espacio. Todos habitaron en Las Galeras del Ferrocarril que posteriormente se convirtió en pomposa colonia Moctezuma. ¿Cómo trasladar los cimientos de la casa si la levantaron los ingleses en tiempos de Porfirio Díaz? Desmontar la casa resulta una operación que nunca aprenderemos.
“La palabra es una licencia para instalarse en el mundo”, la mañana del lunes suena La Voz (con alta) de Luis Rafael Sánchez en la radio animando al público (los radioescuchas, con baja) a dar el salto, tomar el vuelo y aceptarse otro, distinto de la mujer, del hombre que habla en diminutivo para aquellos seres que habitan un mundo infantilizado, “cosita”, “mijito”, “piquito” (La Importancia de llamarse Luis Rafael, La Voz). - Bendito –dijo la abuela.
- Mira nomás –terció la madre.
- Si pues –dijo ella.
El aire femenino dispuesto a cargar el presente de diminutivos como única propuesta viable para armar la bendición que acompañe el futuro, la dicha seca y, en pocas palabras, que nos rodee y cuide en el momento en que nuestra vida logre la concreción de tiempos mejores. - Mijito.
El grupo de borrachos anda pegado al barandal del puente del arroyo, crece grande, como una mayordomía (hay tantos hombres sin empleo que, entre el montón, sienten la vida menos difícil), en la borrachera comunitaria se trocó destino Nueva York por San Martín por la secundaria, Oaxaca. - Desde aquí se ve Santo domingo –dijo Don Lucio y señaló al fondo las cúpulas resplandecientes donde ondeaba la bandera del Vaticano.
- No llegan con el mandado –soltó Evelio.
- Se largaron con el mandado – apuró Plutarco.
La mancha de borrachos crece en la calle a media mañana en espera del mezcal que fueron a conseguir los distinguidos señores Chepil y Chencho. En el grupo de ebrios que esperaban la botella bajaron el tono de sus palabras que brotaban como conducidas por ángeles entrometidos en la vida de los mortales, sabias. En tanto, en las manos de los hombres el envase vacío testimonia lo fugaz del instante, la dureza de la luz solar. - Mijito.
“Chiquiteo y mamismo hasta la tumba, sustitutivo imposible para una nominación correcta del objeto”, dice en la radio Luis Rafael Sánchez (que llena con su voz el espacio, aunque no respondiera por el nombre de Daniel Santos), quien nunca se enteró de que en una mañana de borrachera un día feriado en Oaxaca fue escuchado por el grupo de ebrios consuetudinarios mientras esperaban el retorno de los gestores del trago, el trasto con mezcal. - Pinches culeros, se fueron lisos.
Luis Rafael Sánchez dijo de la Generación Osea, “aquella ola que suele posponer la realidad social de las palabras”. - Desde aquí se ve Santo Domingo –dijo el Evelio mientras sus manos agitaban el envase vacío como en espera de un milagro.