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lunes, septiembre 16, 2024

El hijo de las mareas

Reportajes

Fer Amaya

Para Bidxaa´, esta leyenda tan suya

Se hallaron en la etapa de sus vidas en donde uno a otro se hacían falta, como dos seres predestinados a encontrarse pero tiempo atrás, cuando aún florecían abundantes rosas en el pecho de la estación propicia. Shaíque y Bidxaa´ eran sus nombres, sonaban a heredad de antiguas glorias de un sol que jamás se eclipsó. 

Shaíque le regaló a Bidxaa’ un ramo de cantos inspirados en su arribo imprevisto pero sospechado. El trovador   anduvo mucho tiempo por caminos de extravío soñando con ese advenimiento; supo, en el desmedro de sus razones afiebradas, que su vida era incompleta, que hacía falta el anhelado soplo de fecundidad sólo posible con ella. 

El día que Bidxaa´ llegó al páramo de Shaíque, arribaron las palomas de agosto, esas que viene a pepenar el sorgo de la última cosecha, en el estero hubo manifestaciones de gozo porque un cardumen de robustas guabinas remontó la rompiente de la barra y fue a dar a los bolsos de la almadraba montada, a propósito, al filo de la bocana. Cuanta abundancia para aquellos tiempos en que todo era una obstinada espera. No se sabe de cierto, pero dicen que el acontecimiento alivió de alguna forma la preñez de las jóvenes doncellas que entraron a la vida fértil con la primer lunada del caluroso estío.

El atributo más visible de Shaíque era su presteza para hilvanar cantos de diversa índole, tonadas de dulce melancolía, reclamos de amor un tanto subidos de tono, festejos que eran el disfrute en las fiestas de aquella aldea a la orilla del mar. Bidxaa´ era un encanto de mujer, un prodigio de luna morena desatada sobre el atronar incesante del litoral. Fue más que natural que Shaíque se enamorara de ella.

Infinidad de cantos brotaron del numen del poeta, la imagen de la musa era como el agua de alguna noria que le abastecía el pensamiento a todas horas; cambió su rutina monótona de esperar el arribo de la inspiración marginal, por un ejercicio permanente de celebración de la esperanza y la alegría. Shaíque y Bidxaa´ supieron que aquel encanto era para toda la vida, que nadie lo podría romper.

Pero en todo lo divino hay imponderables. Los dioses crearon al mundo, pero no pudieron evitar que, con él, también surgieran los pequeños demonios de la incertidumbre. Uno de ellos empañó con un tósigo de almendras amargas los cantos de Shaíque y, por esta causa, Bixaa´ sufrió la angustia del desconcierto ante el homenaje exultante del poeta.

El hechizo malo hizo presa de la mujer que para Shaíque era lo más importante, algo tan necesario como el aire en los pulmones o la luz en la retina. El tiempo que duró aquel estado de confusión puso a los dos enamorados en un predicamento; se sintieron como los peces en el almadraba, deseaban escapar de nuevo hacia mar abierto, dónde la deriva podría salvarlos de aquella desventura.

Bidxaa´ decidió depositar toda su confianza en el hombre que la celebraba con tanto empeño y le pidió un antídoto a fin de poner remedio a su pesadumbre. Shaíque estuvo meditando una noche completa a la orilla del mar pidiéndoles a los tutores cósmicos de la bondad que lo facultaran para elaborar un artificio que le permitiera a su amada recobrar la plena calma. Acudió a su llamado el Vendaval de las Rompientes y, en su diálogo claro y enérgico, le dijo que lo único que podía salvar el alma de Bidxaa´ sería la procreación inmediata, por ellos,  de un hijo de tinta y celulosa, con ribetes de inmortalidad y acentos de música diáfana.

Con la presteza que da el afecto verdadero, el poeta, que por ninguna razón quería ver sufrir a su musa preferida, fue a buscar la corteza del árbol de la virtud y la maravillosa tinta de los caracoles ultramarinos y se empeñó con ella en la procreación de un hijo tejido con las finísimas fibras del mejor de los cantos. El acto obró el milagro esperado en el corazón de la dama de los soles invictos, y el varón de las mareas pudo seguir urdiendo para ella la historia perdurable que durante tiempos inagotables se oyó vibrar en los laudes de los cantores del litoral.

Llegó Shaíxaa a esta vida con los ojos de su madre y el corazón de su padre, y la virtud de transformar la visión de su entorno en amenos códices que contaron tantas historias como constelaciones hay en el cielo.

Sus pequeños pies conocieron la arena ardiente de una playa extensa, más se acostumbraron a aquel calor que incendiaba la ribera del mediodía. En ese litoral de aguas procelosas o mansas, el pequeño príncipe conoció la razón de su felicidad con el auspicio de sus padres que le amaban entrañablemente.

Shaíxaa, así llegó a la edad del encanto con un alma engalanada por la ternura, cautivando a las flores del mar con su voz de acentos purísimos; la estima por él fue tanta  que los moradores de aquellos predios costeros lo referían como el más grande de sus atributos, como el portador de la historia de una comunidad que laboraba en un margen de sueños su vendimia de perlas y suspiros.

Muchos años han pasado desde que Shaíque y Bidxaa´ se juraron la eternidad del amor estrechados por el mar que azotaba sus poderosas ballestas de espuma sobre la integridad del trazo rocoso de esas orillas veleidosas, otros tantos desde el arribo de Shaíxaa, como el sol altivo de un amanecer entrañable, cuando el tiempo levantó un dolmen con esta historia. Ha sido justo recrearla para la consumación de los siglos, cuando el amor cante, en los arrebatos del polvo, la sinfonía de un mar de dulces acentos, esos que colmaron los ojos de Bidxaa cuando Shaíque le entrego, en un poema, la pureza de su corazón invicto.

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