César Rito Salinas
Porque cuando se escribe se tiene enfrente al lector, alguien que te juzga, que no te permite espacio en sus horas -que te declara la guerra- y buscas levantar la mano, defenderte, protegerte de un daño grande, y solo tienes tus manos con letras, la lengua atada, los largos dedos inútiles ante la violencia, la escritura.
Porque nunca se aprende, escribo.
Mi madre-indígena zapoteca analfabeta, viuda al frente de cinco hijos- me dijo luego de escrutar los cielos y mirar mi futuro: lee, de todos modos alguien vendrá a llenarte de palabras y prefiero que lo haga alguien que no existe, será menos penosa tu existencia.
Y así me compartió el amor por los libros, la lectura, el uso de las palabras de otros, de todos.
Me vine a descubrir la voz que me habita con la lectura del trabajo de otros solos, los poetas. Así me hice el camino, con una muda de ropa, tres libros, el boleto de ida. Así llegué a las ciudades, los mares, las islas.
Porque no tenemos ojos para observar a los animales escribo.
Porque no sabemos mirar escribo.
Tuve amores, se fueron, se llevaron mis libros -pero tenía el consejo de mi madre, escucha las letras, ellas curan la distancia que levanta el silencio.
No escribo contra nadie sino contra mi -que soy una forma del tiempo-, solo me reconozco en un empleo distinto al de mis vecinos.
Me gista comer las tortillas -tlayudas, blandas, tostadas- como a cualquier ciudadano de este país. Hago mi trabajo como cualquier señor, me hago responsable de gastos y gustos -de los míos y, si puedo hacerlo, de la gente que me rodea. Pero escribo, que no es una forma de ser diferente a los demás, sino que me agrada -lo prefiero- comenzar de cero.
Quizá esa forma del inicio sea la diferente, que uno no está nunca seguro de todo. Que duda, e inicia. Por lo demás, me gurta el mar, el sonido de las olas que nunca descansan. Que nunca callan. Como los demás me gusta en el terreno de los libros estar al último grito de la moda, y regresar a los autores antiguos, los que sobreviven bajo toneladas de polvo.
Así y todo, soy hombre de mi tiempo, persona de mi siglo.
Porque soy peresoso escribo.
“Yo soy el otro”, me gusta así, esa forma, ser nada, ser nadie y con la cabeza llena de todos los sueños del mundo, como bien lo escribió en su poema Tabaquería Fernando Pessoa.
Me gusta ser gente de pueblo, alejado de la metrópoli. M e hice en el monte, con una suma grotesca de equivocaciones, desde el extravío pelee a brazo partido con la miseria, el hambre, los sueños. La carencia.
Porque en el mundo que habitan los animales hay tanto saber y nosotros permanecemos con los ojos cerrados frente a ellos.
De allá vengo, del lugar donde vienen los sonámbulos, los soñadores, los virtuosos y los grotescos, los miserables y los bendecidos por la gracia divina, los animales. De ahí vengo, un día conocí ese espacio de la nada, y desde esa fecha -una tarde en el auditorio de Santo Domingo- decidí que ya no me movería de ahí, de ese sitio al que todos buscan y todos temen, el espacio que bebe mi sangre.