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jueves, septiembre 19, 2024

El maestro restaurador de retablos Mario Martínez, “Juaritos”

Reportajes

César Rito Salinas
Marc Coppley al celo, suites de Bach. En los últimos días entrevisté a jóvenes pintores de la ciudad, encuentro en ellos la búsqueda, el ahínco, la dedicación.
La persistencia.
Y la falta de un método para realizar, organizar y comercializar sus obras (una estrategia para llevar su vida).
Comparada con otros periodos la ciudad vive un fervor por la pintura nunca visto, esta realidad obliga a entrar con ojos de este tiempo al espacio del arte.
Donde el todo es prioritario a lo singular -individual.
Por estos días, también, recordé al compañero de clases en Bellas Artes del maestro Francisco Toledo, el maestro Mario Martínez, “Juaritos”.
Se ganó la vida y la de su esposa Soledad, hermana del dramaturgo y cuentista René Santiago Díaz, con trabajos ocasionales de conservación de retablos.
Los tres vivían en la vieja casa chata, por los rumbos del barrio Del Peñasco, entre Callejón del Muerto y Callejón del Sapo.
El maestro Mario se ganó la vida en aquello que le era posible, que se acompañaba con su carácter apacible y solitario, la restauración del santuario de las iglesias.
Mucho antes del auge comercial y turístico que convirtió a la iglesia de Santo Domingo, hoy en manos del INAH, en una feria, fueron curas y obispos los que contrataron personal especializado para la conservación de los retablos.
Mario trabajó en muchas iglesias de la ciudad, en la Sierra, Valles Centrales, los Mixes. Tenía el carácter para entregarse a las tallas y pinturas antiguas, lienzos y muros, al encargo de los curas.
Un hombre humilde, que bebió su mezcal en silencio.
En sus manos, sus ojos, estuvo la conservación de aquellos tesoros ocultos en los templos -patrimonio de los oaxaqueños, la humanidad.
Del maestro Mario logré aprender algo elemental en el espacio de las artes: Uno hace lo que puede, no lo que sueña hacer.
Se escucha la mano sabia de Marc Coppley, que gobierna el arco que a su vez gobiernan las notas musicales escritas por Bach.
En ls artes uno hace lo que puede.
Mario mostró que tenía una vida, una existencia propia.
Lo suyo fue recorrer pueblos, hundirse en cañadas y barrancas, emerger con el camino hasta las cumbres más altas.
Y al amparo de la gente sencilla hacer su trabajo, su arte, de manera anónima.
Uno hace lo que puede, decía muy a la fuerza cuando lo interrogaba sobre su trabajo, que no es mucho -solo mirar la superficie, valorar los daños causados por la humedad, el humo de las velas o el descuido.
Cuando recuerdo a Mario recuerdo también la poesía del maestro José Emilio Pacheco, su poema en favor del anonimato.
Pienso que con estos elementos se debe entrar al trabajo de las artes.
Con la vida propia, con el carácter y las circunstancias de uno.
Soledad, Cholita, padeció esquizofrenia.
El maestro Mario recibía encargos, veía la pieza, valoraba el daño y el tiempo que tardaría en restaurar. Porque no podía alejarse por mucho tiempo de su casa, su mujer -que dejaba al resguardo René, que padecía severo alcoholismo- le preocupaba.
Mario fue el primer pintor de Oaxaca que famoso entre el pueblo -los pueblos.
Era muy querido, al volver a su casa traía regalos que le ofrecía la gente agradecida por su trabajo, gallinas, guajolotes, petates, mezcales.
No ubico a otro pintor que tuviera tanta presencia popular.
Corre la mañana del lunes. Suena Bach.
Me quedo con esto, uno hace lo que puede -ahora que la fama te pide trabajar hasta que revientes será conveniente mostrar el punto opuesto -una vida de uno de los de nosotros.
La existencia sin competencias -porque Mario, aunque amigo de Tioledo, jamás se acercó a solicitar trabajo, apoyos.
Mario asumió su expresión en las artes guiado por su vida propia.
Con el maestro Mario y su trabajo me dejó esta imagen: donde le podían poner un ayudante, lo aceptaba; donde no, él mismo bajaba del andamio y caminaba gustoso por sus tortillas.
Sin estruendo.
Al volver a su casa traía mezcal, “del que toma el señor cura”.
Alegre compartía con nosotros su gusto por la pintura, los problemas de la pintura resueltos por los maestros del Renacimiento.
Luego se sumía en su silencio.
La Casa Chata era casa de artistas.
Su también cuñado, Abel Santiago, el novelista de Oaxaca, llegaba a visitarlos en vacaciones. Todavía puedo recordar a René y Abel, los dos ya finados, con el maestro Mario -finado también.
Pienso en la sabiduría de este pintor de Oaxaca, su sencillez.
En aquella casa moró el alma creativa de Oaxaca, muy cercana a la pobreza extrema, entre las palpitaciones de la bebida, el mezcal.
Y los tres salían al día siguiente a hacer lo que debían hacer, dramas, novelas, cuentos, restauración de retablos en lugares desconocidos.
__Uno debe buscar su vida -dijo el maestro Mario.
Si, coincido.
Tener una vida para hacer lo que uno deba hacer, sin demoras -sin prisas.

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