César Rito Salinas
Dice María Teresa Andrietto: la resolución de una historia se asienta en buena medida en la prohibición, en el recorte y en la renuncia.
Y añade: es bueno saber que optar por un narrador es al mismo tiempo una decisión y una renuncia, aceptación de los límites y de las leyes del narrar, porque es precisamente la sujeción a una ley lo que hará que una historia pueda nacer desde el caos.
Y acá, en tres patadas, nos arregla el asunto del narrar.
Conozco a personas que llevan treinta 30 años con una historia, sé de alguien que pasó 25 con un relato atravesado entre pecho y espalda que no lo deja.
El no saber solucionar la historia te inmoviliza, más de uno lo sufre.
Cuando maestras y maestros nos hablan de la solución narrativa el asunto en el papel adquiere claridad, puedo decir que hasta brillantez; pero otra cosa será sentarse y aporrear durante horas y horas el solitario teclado.
¿Por qué se nos dificulta escribir aquello que está en nosotros y aparece con necesidad impostergable de aparecer en el espacio público?
Puedo volver a lo dicho por María Teresa: porque no aceptamos las leyes, las reglas. O lo puedo desarrollar la propuesta un poco más: porque no distinguimos la diferencia entre necesidad de narrar y necesidad de ser escuchados.
Hay diferencias abismales.
Entre uno y otro caso existe un amplio margen. ¿Cuántas personas no distinguen entre las letras y el diván del analista?
Son hechos muy diferentes, pero no los sabemos distinguir (ambas necesidades parten de desajustes emocionales, pero cada caso requiere su solución que los hace diferentes).
El mundo se torna violento para el que lo enfrenta, crecen las horas de la desesperación, cunde la soledad.
Y en estado de tensión escribimos, nos sentimos geniales y pergeñamos algunos párrafos en busca del resultado.
En nuestra alta desesperación anhelamos que nos premien para ser vistos al menos por unos instantes.
Por eso, ante ustedes, pregunto:
¿La literatura no puede dar descanso al que la escribe?
Quien escribe y quien lee encuentran ánimo al practicar la lectura; desde sí, la literatura no cuenta con destinatario.
Se elabora para el género humano.
Lo dijo Onetti. Hay quien escribe para publicar un libro, hay cientos, miles inscritos en este caso. Y hay quien escribe para saberse en el lenguaje escrito.
Los que escriben para publicar, para vender un libro se rigen por las leyes del mercado, que otorga precios, mide y pesa talentos para las ventas.
Los que buscan saberse en el lenguaje escrito no hay precio que los compre.
Cada día se publica más, cada año son muchas las personas que se animan a caminar por las deshoras del silencio hasta encontrar la luz al final del camino, que los encuentra con un libro bajo el brazo.
Escribir y editar libros no deja plata, lo saben aquellos de experiencia resiente o los que llevan años en el ambiente.
Si no es negocio ¿por qué publicamos libros?
Aunque breve, hay instantes en que los libros generan economía. Publicar un libro será la forma más cara de pagar una copa, una cerveza, de ser incluido en una conversación o conseguir amores.
Encuentro extraordinario el deseo de la gente, jóvenes y viejos, mujeres y hombres, al recorrer la experiencia de ser considerado “autor”, aunque este “autor” haya sido sepultado desde los tiempos de Barthes, en aquellos lejanos años 60 del siglo pasado, alm declararse la muerte del autor.
El objeto llamado libro dejó de tener presencia social, pero no perdió su prestigio social. Los jóvenes quieren ser “algo”, entonces se deciden a publicar.
Hay padres solidarios que los acompañan en la aventura, no ven de vuelta ni un peso de aquellos centavos que invirtieron.
Pero están ahí, dispuestos a exponer el pellejo en la experiencia.
¿Qué será de las personas que solo escribieron un libro en su vida?
No sostengo acá que sea condición para “ser” escritor que se multiplique tu nombre en infinidad de ocasiones sobre el lomo de los libros, no. Rulfo, el más grande narrador de este país, solo publicó dos libritos.
El poeta Mario Montalbetti sostiene que ante la desmesurada reproducción de talleres, cursos, diplomados, licenciaturas, maestrías y doctorados en escritura creativa, por cada espacio abierto debería abrirse otro dedicado a producir lectores.
No sería una mala propuesta, hacen falta lectores.
A este paso de vacas flacas, necesitamos con urgencia que cada vez sean más los ciudadanos que sepan de las reglas del relato, y cada vez más los y las escritoras que las sostengan y las hagan respetar.
La producción excesiva de las letras hará irrespirable el espacio del lenguaje escrito. Y crece tanto y es tan grande que, por donde se le vea, no alcanzamos a distinguir un rayito de esperanza en este nuestro nublado cielo, agobiados por teorías y teoremas incesantes emitidas desde la estéril crítica.
Y nos amanecemos día tras día sin historias; tanto así, que ya los politicosa se enfilan como los autores del año.