César Rito Salinas
Este silencio que impone el miedo se rompe con sonidos, no con letras; buscamos el sonido cargado del miedo que llena los oídos, montado en nuestra sombra. Con el paso de los años comprendo que se requiere de un valor profundo para romper el silencio. La historia de La Colmena fue conocida por mucha gente; pero, también negada. Cargados de miedo y vergüenza guardamos silencio. ¿Cómo confiar a la escritura aquello que tanto daño nos hizo? Las letras se quedan, se arrumban; las palabras vuelan, hieren con el filo del momento, no se están quietas. El aire arrastra las palabras mientras la cobardía queda como rastro del año de 2006.
Cuando busco el valor en mi corazón para escribir de aquellos días, encuentro ahí, en su retumbo, la vergüenza. Me reconozco hijo de la tierra sin escritura, la tierra de mis padres, el sitio de mi infancia.
En un tiempo fuimos artesanos, imagino que el hombre antiguo encontró sobre la piedra un cincel. La escritura, en todos los tiempos requirió de soporte tecnológico para intervenir la materia –barro o punta dura, fermentos, polvos coloridos, algoritmos. La herramienta y la cerradura para esconder el secreto hallado. La población, interesada en saber del futuro, permaneció confiada en la palma de la mano, los dedos, la yema de los dedos que perciben antes de alcanzar la forma (toda clarividencia tiene su origen en el descenso del árbol, la palma de las manos): saber del futuro nos llevó a investigar la fragilidad de la materia vegetal, con que pudimos fijar el tiempo, papiro, sobre la llama misma, pabilo.
El viento suave que venía del río agitaba las ramas del tamarindo que, solemne, esparcía sus hojas como una esperanza lejana, antigua; acaso la última oportunidad para la esperanza. Todavía recuerdo el tronco encalado del árbol de tamarindo junto al reducido mingitorio, el olor picante de amoniaco, el patio repleto de mesas vacías. Eran malos tiempos para entrar a la cantina, beber cerveza; corría agosto del 2006. El gobierno había endurecido su política, mano dura contra el movimiento social, crecían la protesta en las calles; ese tiempo lo queremos olvidar, por una o por otra razón –la necesidad hermana a la gente- tenemos algún familiar en el magisterio, quien no la hermana, el cuñado; el primo, una sobrina, el padre; el vecino, un amigo.
La protesta se sostiene de hondas raíces.
La tarde con viento dejaba la cabeza de los bebedores sembrada de diminutas hojas de tamarindo como si recién hubieran salido de una fiesta, llenos de confeti. A la cantina La Colmena acudíamos por lejana, estaba en la playa del río. Pensamos, no sé por qué, que hasta ahí no entraría la policía, el gobierno; una playa repleta de piedras boludas donde ni los cuches trompudos se animaban a entrar, dos cuartos de concreto sin repello bajo el puente, lejos de todo; con el estruendo de la tierra dos veces al día, en la mañana corría el tren pasajero, siete treinta; por la tarde, el carguero, cinco en punto. En medio de calores las aguas puercas, el muladar, la playa sola repleta de basura y moscas parecía abandonada. En lo alto del puente de fierro pintado de rojo, los rieles negros vigilaban el sitio de la desgracia.
Algunos respetados maestros escritores recomiendan disponer los extremos del lápiz para realizar la escritura. Algunos, modernos, insisten en usar con mayor frecuencia el extremo que sostiene la goma, borrar, corregir; eso, dicen, hará la mejor expresión. Tengo para quien quiera escucharme que la escritura requiere miedo, angustia; de lo contrario sólo se logra fijar en el cuaderno pujido y babas, letras sin palabras.
- El Chuky fue quien convenció al Carnicero: en cinco minutos los sacamos, dijo, y metió a la policía.
- Habría que hacerles un cuento a esos hijos de puta –dijo Cervantes.
- ¿Si?, ¿para qué? –respondió Manjarrez.
Nadie pregunta si las letras tienen alma, carácter, si las envía el viento sobre la mirada y los oídos o si se gobiernan por sí solas o por los sonidos que emiten al juntarse hasta superar el silencio. La humanidad tardó miles de años para cuajar la imagen del hombre que escribe, quizá primero descendimos del árbol o fuimos parte de un jardín, en ambos casos en las manos encontramos el secreto del futuro, pudimos palpar la distancia entre nuestro cuerpo y el exterior, como brujos o chamanes.
Aquel día La Colmena tenía tres mesas ocupadas, un perro callejero atravesado en la puerta y Marichuy, la dueña, en la hamaca del corredor llorando por el capítulo de la telenovela; en el butaque junto a la entrada estaba Lenon, su marido; yo llegué a la cantina por un mal de amores.
Ahora que escribo pienso en la imagen del lápiz con los extremos dispuestos, el utensilio que contiene los momentos previos y posteriores al hecho de rellenar renglones, rayar y borrar. Cuando la mujer, el hombre inspirado aborda el tema que tiene su interés, que lo aflige, se afana, escribe; cuando sobrio, mesurado, en recato medita sus letras, quien escribió piensa y borra, adelanta lo que quiere decir. - Entre el gobierno, la política y el crimen giran las historias de la ambición; como si en todas partes encarnara el poder en mentes locas, desmedidas –dijo Cervantes.
- Entre el gobierno y la política, la represión; lo que tú llamas ambición lo forma el relato de dos hombres que se gustan y no pueden demostrar sus sentimientos, el sitio pasional. El crimen se encuentra aparte, la violencia se expande entre progresos imperceptibles; eso, al menos, en Oaxaca –dijo Manjarrez.
- ¿A cuánto las cervezas, pues? –preguntó el cliente en la mesa de junto.
- Son a cinco, pero para ti a veinte por las tres cervezas que arrojaste tras el muro –dijo Marichuy calculando el consumo con la mirada fija en los envases sobre la mesa.
El escritor de los tiempos remotos y el moderno ocupa la mediación tecnológica para fijar y transmitir la magia, la escritura; un utensilio. En todos los tiempos la cerradura, el candado está presente, el no narrar (quizá la vergüenza sea mucha) o el ocultar entre el relato la verdadera narración. La narración oculta. Mientras la ciencia no descubra la comunicación telepática que intervenga las mentes –lo que en los hechos será una doble magia-, la escritura será un gesto entre gestos.
Marichuy se levantó de la hamaca y fue a servir botana en las mesas, charales con limón; yo me hacía pendejo con una cerveza, noté que ella llevaba los ojos enrojecidos de tanto llorar –la telenovela a todo volumen mandó a comerciales-, ella dejó la hamaca y fue a servir los platos azules, rojos y verdes, de plástico, diminutos; llegó a mi mesa y ni siquiera me miró, pude ver sus párpados caídos.
El árbol de tamarindo daba sombra al patio, junto al tronco se levantaba el muro inocente y alto, encalado, protegía a los bebedores del polvo y las miradas; el muro era una trampa.
En una esquina del corredor, tras la hamaca, bostezaba la nevera con cervezas puestas al hielo; sobre el mueble, a espaldas de Marichuy, un letrero con letras grandes advertía: Prohibido hablar de política. - Lenon, espanta al perro, has algo, nada más estás ahí aplastadote –dijo Mrichuy al regreso de atender las mesas.
Al terminar la marcha en el zócalo los maestros llegaron a refrescar la garganta en La Colmena; Marichuy estaba convencida de que política y cervezas eran mal negocio, el cliente alega y no consume. El cartel con sus letras grandes sobre la nevera pasaba desapercibido para los clientes o no lo querían mirar o se les olvidaba hasta que aparecía Lenon, un hombre como de dos metros con cara de malo, y frente los infractores sin decir palabra señalaba las letras tras la nevera. En política y religión nadie se pone de acuerdo, Marichuy lo sabía; ella abría su negocio para hacer dinero, no para componer el mundo, me lo dijo una tarde.
Lenon no perdía oído a lo que se decía en el patio; los borrachos, a pesar de la advertencia, siempre necios, terminaban hablando de política. - Por eso te digo –dijo Manjarrez-, el Carnicero y Chuky se estaban cogiendo y no lo querían decir, porque les daba miedo que el rechazo de la gente terminara con su amor.
- ¿Y por eso la cagaron aquella noche del 14 de junio? –preguntó Cervantes.
- Por eso, no hay más –afirmó Manjarrez.
- ¿Cómo? Y por qué no cogieron y ya, ¿para qué lastimar a tanta gente? –preguntó Cervantes.
- Por la política –dijo Manjarrez.
Cervantes y Manjarrez, sabedores del oído fino de Lenon, llevaban la plática despistada como aquellos que saben que tienen el número ganador de la Lotería y no salen dando brincos; encubrían la verdad con la mentira, en un despiste, para que no fueran descubiertos por el marido de Marichuy, el gran censor. - Pero si el Carnicero tenía querida –dijo Cervantes.
- Por eso, para dorar la píldora –dijo Manjarrez-, así son las mentes torcidas. Imagina esto: en un litro caben mil mililitros de agua; el perverso se detiene ante esa forma insuperable y piensa cómo hacer para que en un litro quepan 250 mililitros más, sin que se derrame el contenido; así la noche del 14 de junio, resultó la expresión de contenidos alterados, la forma de gobierno (en realidad querían que el gobierno federal les diera recursos para acallar las protestas).
En ese momento cayó en mi vaso de cerveza un tamarindo verde, como primera advertencia; el ruido seco, el repentino salpicar de la cerveza me asustó (yo estaba con los ojos puestos en Marichuy), ahí debí anticipar lo que vendría, pero no hice caso, metido como estaba en la plática ajena y en mi ardor de mil amores. - A ver, ¿dices que para alterar la forma de su pasión soltaron a la policía? –preguntó Cervantes.
- Si, por eso –dijo Majarrez-, para castigar al pueblo que los juzga.
Con una seña pidieron más cerveza a Lenon, los profesores levantaron la mano, hicieron el círculo de izquierda a derecha con el dedo índice vuelto hacia la mesa. Atendió Marichuy, su figura se destacaba en la falda roja, la blusa negra; pasó la franela sobre entre los vasos y regresó a la hamaca. - Para curar esa pasión usaron la forma del gobierno, la facultad de instruir a la policía contra las masas –dijo Manjarrez.
En el fondo del patio cantó el alcaraván, pero nadie le hizo caso. - ¿O sea que la forma es la apariencia? –preguntó Cervantes.
- Guardar las apariencias trae recursos –dijo Manjarrez.
La segunda advertencia fue un remolino en la playa, la casa del Diablo, decía abuela; en la cantina nadie hizo caso porque quienes acá vivimos estamos acostumbrados a que los aires intervengan la historia. - Escribir sobre el 2006 sería ocultar dos veces la historia: primero como hecho de gobierno, sus motivaciones, y, segundo, como expresión libre de las pasiones –dijo Cervantes.
- No hay para dónde hacerse. Escribir la historia, recuperar la memoria sería una forma de eternizar el juego –dijo con una sonrisa Manjarrez y preguntó-: ¿Le encontrarías sentido a escribir sobre eso?
Lenon y el perro callejero atravesado en la puerta esperaban atentos que la plática desembocara en la política, que discutieran con nombre real de los personajes (al mal gobierno se le debe mencionar con nombre propio), que defendieran colores de los partidos políticos, siglas, que dijeran algo del movimiento opositor, que discutieran las cifras; pero nada de eso ocurrió.
Aquella tarde todos sólo queríamos que la fiesta llegara a su final en santa paz.
Yo escuché los comerciales que daban en la televisión, pedí otra cerveza; a La Colmena había llegado a pedir otra oportunidad. El mal de amores crecía en mi pecho; quemaba sin dolor, como velitas de cumpleaños cada que Maichuy atendía la mesa. - Putos –dijo Cervantes.
- Putos y truculentos –dijo Manjarrez.
Repentinamente se fue la luz, esa fue la tercera advertencia, dejó de sonar la televisión. Marichuy se levantó de la hamaca, lanzó una sonora mentada la madre al gobierno por el mal servicio de la corriente eléctrica.
Todos escuchamos cuando la tele guardó silencio, nadie se preocupó por la falta de corriente eléctrica, las cervezas estaban en la nevera, bajo el hielo (en conjunto no distinguimos los hechos que intervienen en la historia futura).
En visitas anteriores a La Colmena había visto que cuando Lenon se levantaba para interrumpir la plática, al regreso a su butaque arrojaba un hueso al perro, por hacer algo, para no regresar con la mirada de los ebrios a su espalda, bien sabía que no era correcto intervenir en asuntos de otros, pero reglas eran reglas y las ponía Marichuy.
Aquella tarde perro y marido se quedaron con las ganas de intervenir. Hasta que llegó la policía.
“Mortal ataque de perro en La Colmena, dos muertos”, rezaba al otro día la nota principal de los periódicos (Clan de la Tortilla Grande). El tren de la tarde anunció con retumbos su paso a Puerto México, agitó la puerta con sellos de clausurado, en mi pecho ya ardían las velitas de cumpleaños como una quemazón, mil amores, altas lenguas rojas y azules subían hasta mi rostro; el día que reabrieron yo regresé a la cantina. - Lenon, ¿no te diste cuenta de lo que hablaban esos hombres? ¿Por qué no los callaste? –preguntó Marichuy.
- Porque nunca hablaron de política –dijo Lenon a su mujer.