César Rito Salinas
Esa tarde ella arrimaba una decepción amorosa, lloraba. Yo la encontré en la taquilla del Teatro Juárez, como era muy temprano para dar la función nos fuimos a tomar café en el restaurante del Hotel El Llano, que está a la vuelta, en la esquina de Juárez y Humboldt. Ahí me dijo, “sufro”.
Ante su tristeza, de manera solidaria, para que pasara el tiempo, le dije la historia de mi madre, de la niñez y, no sé por qué, le conté esta historia:
La niña sube con esfuerzo los escalones, en su cabeza está el agua que, en su naturaleza de onda, no para de agitarse; los delgados brazos mantienen en equilibro el cubo en lo alto; frente a ella tres escalones se levantan como la realidad misma cargada de imposibles.
En el patio de la casa dos niños juegan pelota, los niños son brujos o adivinos, clarividentes que junto al limonero anticipan la desgracia. “Se va a caer”, dijo el mayor de ellos mientras el viento suave de la mañana agitaba sus cabellos ensortijados. La niña resbala antes del segundo escalón.
“La cubeta con el atole caerá del lado izquierdo”, dijo el niño pequeño, en su frente corría la brisa.
Las desgracias ocurren sin tiempo para que nadie advierta de ellas.
Los niños –dragones, perros adivinadores- advierten el futuro, pero callan mientras la desgracia se hace presente, corta el viento que corre en la mañana; advertir de la desgracia será interrumpir el tiempo del juego.
Dos
¿Quién lee los cuentos? Los nómadas, dijo Carver; los que se arman de valor para dar el paso, el primer paso.
Con tiempo lluvioso y frío cualquiera en su sano juicio preferiría quedarse en casa, bajar cobertores, poner café; quererse. Habrá que armarse de valor para salir a la calle –en el argumento de los nómadas, la valentía, está el cuento que matiza la espera-; buscar el camino más corto, llegar frente a la puerta de la tienda, entrar. Salir a la calle implica enfrentar el viento frío y la lluvia; un paso tras otro, bajo la lluvia.
La banqueta en mal estado, rota por las raíces del árbol que crece destruyendo el concreto, forma obstáculos. ¿A quién se le ocurre sembrar árboles en el pavimento? El gobierno tiene una idea equivocada de la realidad (“pavimentemos, pongamos un árbol así como en las películas, las revistas, que muestran las calles en otra ciudad”).
Tres
Entre lo que escribo y lo que soy pasa la luna en la ventana. Escribo cigarro y arde un Lucky entre los dedos, ocurre como un milagro, inesperadamente cierto. Escribo que ya no te escribiría y te escribo en esta noche de luna.
Entre lo que escribo y lo que hago esta noche sin sueño, mi mano alcanza tu espalda. Tú no duermes conmigo. Crece tu seno sobre la noche, te pienso con el cigarro en los labios. Junto las letras de tu nombre con la brasa del cigarro hasta quemar mis dedos.
Entre lo que escribo y lo que soy se cuela el miedo. ¿Habrá una forma de valor que nazca de este miedo? La luna pasa por la ventana. Queda plantado el viento en el patio. La madrugada atraviesa la puerta con su séquito de perros pintos; se instala en la esquina. Aquí te pienso pegado al cigarro, al cuaderno, como un caballo que espera el jinete junto al camino seguro del regreso.
Miro tu nombre que crece como una flama de centro azul y mejillas rojas, que baila. El domingo es el día de los sentimientos encontrados.
La mañana de ese día, ¿por qué no puedo escribir domingo sin dejar de tener sentimiento de culpa?, espero la hora en que reviente el botón del rosal. Observé el jardín todos los días de la semana. Tantas horas esperando que abriera el botón para que al final de cuentas lo dejara pasar por una llamada telefónica.
- ¿Qué haces? –escucho que dice la clara voz de ella.