César Rito Salinas
Digamos que el espacio cuenta. Si nos ubicamos en la geografía a la ciudad de Oaxaca, cualquier referencia logrará en nosotros la certeza; si logramos dar con un barrio, China, una de sus calles, Díaz Ordaz, un número, 712, tal vez las guías que ubican a los turistas resulten falsas. En la casona que albergó a la Mezcalería CUISH crece la sombra de una buganvilia a medio patio, las hojas magenta se tienden como ofrenda al pie del retablo con damajuanas cargadas de mezcal -tengo para mí que nunca el vidrio dijo tanto con tan pocas palabras.
La gente que trasciende la pequeña puerta negra que separa el lugar secreto de la calle, se integra al clan de los mezcólatras; aunque, debo reconocer que por estos tiempos cualquiera bebe mezcal, aquellos que denominamos profanos. Pero acá importa la logia del arroqueño, adoradores del barril, el madre cuishe tumbado.
En el sitio mora Murciélago con ojos de relámpago, que guarda a los bebedores -recibe por tributo sed y suspiros, desesperanzas. En noches de luna nueva la deidad vuela, cubre con sus largos dedos los campos de los valles centrales donde lo aguarda el agave en flor.
Nadie puede negarlo; entre los muros de la vieja casona se extienden las amplias membranas de la deidad, que transforma por las noches el árido suelo de los pueblos en profundas, sonoras carcajadas de memorioso mezcal.
A la mañana siguiente, por artes del milagro, se instalarán en el retablo los nuevos “santos”, las nuevas “vírgenes”, las botellas de repletas con reluciente mezcal. Ocuparán el remate, la parte superior del retablo; el banco, su sotabanco y predela; las calles, divisiones verticales, separados por espacios más pequeños conocidos como entrecalles; la luz será dicha sobre el ámbar, el verde, en la casa; espacios rectangulares que forman la retícula de cuerpos y calles, donde se instalan los frascos de mezcal; el guardapolvo o polsera dará marco a la luz que contiene el Edén de aromas, la ambrosía.
Busque usted este sitio, si lo encuentra disfrute.
