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jueves, septiembre 19, 2024

El señor que guía cardúmenes de peces

Reportajes

César Rito Salinas

El hombre va arriando las horas y su mezcal, con mano sabia como si condujera cardúmenes de peces en mitad de los océanos.

: Así como lo ve usted –dice-, me corté el huevo.
El canto de las chicharras y tórtolas se eleva en medio de los calores y la nada. Los habitantes de la Colonia Mártires se preparan para recibir una temporada más de lluvias e inundaciones, atienden los pocos preparativos que pueden realizar en su condición de excluidos del mundo: reparan cercas y corrales, amarran a un almendro gallinas y cerdos.

Hasta el caserío llega el ruido de los camiones de carga que descienden de la montaña y se dirigen al puerto pesquero. Un estruendo de fin del mundo cimbra la tierra y las aves guardan silencio.

El hombre, sentado en los restos de lo que fue en un tiempo una hamaca, hilachos de colores que penden y espantan calores y moscas, dice:
_ Andaba haciendo un trastero para mi mujer, con pura madera muy delgada.

A mediados de junio la colonia será una laguna, la gente sobrevivirá entre puercos y guajolotes; gallinas y perros. Pero nadie abandonará su posición de vigía. Aguantarán noche y día, madrugada y tarde, la invasión de mosquitos.

El hombre habla, tiene todo el tiempo del mundo, nada lo apura. Parece un combatiente de muchas guerras. Sobreviviente de muchos asaltos a cuarteles y avanzadas, emboscadas. Un perro se acerca a escuchar la plática. Con el calor jadea, saca la lengua. Para espantarlo, para que se aleje con su mal olor, el hombre arroja con violencia un gargajo. El animal corre tras el escupitajo y lo bebe entero.

_ No, si le digo: agarré la tabla y la fui metiendo a la cortadora eléctrica, la empujé con el pito, como cuando clavas a una mujer –menea la cadera desde su hamaca, habla de bulto-; pero me distraje: y allá se va el huevo, y la sangre.

Entró la tarde. Por un momento se detiene el canto de las aves que enloquecidas por el calor llaman la lluvia. El hombre levanta el vaso de mezcal que aguarda en el piso de tierra. Bebe un largo trago.

_ Cuando me di cuenta se me cayó el güevo, lo traía ya por la rodilla. Apenas y colgaba de la tripa de donde nos sale la leche. Lo agarré y lo envolví en una venda. Así llegué al Seguro, con mi huevo en la mano.

Pasan los camiones de carga en la carretera que conduce al puerto. Ni una brizna de viento agita las hojas de los árboles. En esta época del año los árboles no tienes hojas. Sólo ramas pelonas.

_ Mi mujer me regañó porque tomado agarré la máquina; pero las mujeres no saben el sacrificio que hace el hombre solo por hacerles un regalito; hasta cortarse el güevo.

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