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sábado, diciembre 21, 2024

El silencio donde canta el viento

Reportajes

César Rito Salinas
Para cantar hay que quedarse quieto, dejar que pase el viento.
Señor San Pedro, mueve el humo para que se espante el silencio, deja que uue aúlle el coyote. Que cante la lechuza. Canto esta noche para curar tu cuerpo. deja que el agua venga -permite que el agua corra, cante.
La ciudad es tuya, te nombra en su tránsito del mediodía, en el aguacero impertinente, en las hojas humedecidas. ¿Será bueno esto de agarrarme al aguacero para retenerte? Quisiera saberlo. Un día de la semana. Miércoles como lunes en el principio de semana con aguaceros y distancias que habrá que recorrer el regreso. Estoy de vuelta. La gente del mar siempre está de vuelta. En el corazón, en el extravío de los días, nunca sé cuándo es jueves; en los afectos. La cresta de la ola trae un viento que cruza y levanta flecos y faldas, la arena.
En la mujer la mano izquierda es la que gobierna, la que manda a los hombres a la guerra. El mar azul, todo metido en el corazón. (Si habrá de ser cierto, todo cabe si se sabe acomodar.)
El miedo es una estrella que te lleva y te llama. Canta, eres hombre de la tierra, no de los cielos. El miedo es para los dioses que tienen todo el tiempo para curarse. Los dioses tienen tiempo para jugar, hacer maldad,
Para salir al campo, para bailar con el aguacero, para esperar en el camino.
Canta, el canto hace el tiempo en tu pecho.
Miércoles como lunes, inicio de semana. La voluntad cristiana de ser útil a los otros, a uno mismo estalla con el fin de semana largo que manda el gobierno. Miércoles como lunes de silencio, mitad de semana con aguacero y silencios.
Luego del sismo del 85’ el edificio antiguo en la calle López fue declarado inhabitable por la gente del gobierno.
Ratas y criminales buscaron otro sitio para existir.
Un grupo de oaxaqueños de la etnia Triqui decidió habitarlo,
Levantaron piolas para el tendedero, apuntalaron paredes.
Encendieron el fuego.
Mi abuelo fue pescador de red de cerco, hombre callado en su panga, Juan. Mi padre creció con las tías Natalia y Josefa. La primera vendió frutas en el mercado, la segunda hacía atole en su casa de Las Galeras del Ferrocarril. Mi padre fue escala de mar en la Armada de México. Marcó su alta a la edad de 13 años. Yo soy desertor. Desde la infancia recuerdo que el viento me cuenta historias de marejadas y construcciones repletas de tristeza.

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