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viernes, octubre 18, 2024

El temor como forma que da origen al relato

Reportajes

César Rito Salinas
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa
Octavio Paz, Elegía interrumpida

Por la carretera que viene del puente de fierro que atraviesa el Río Tehuantepec (Guigo Roo Guisi), antes de llegar a la Y que divide el camino hacia la ciudad de Oaxaca y Salina Cruz, entre los dos caminos se levantan las bombas de la gasolinera, la Y; en la hora de la tarde, corre el viento fuerte que atraviesa el campo de pelota -el Campo Rojo- hasta rebotar contra el cerro de barrio Lieza, baja y vuelve al cerro donde los niños empinan papalotes. Si vienes del puerto de Salina Cruz hacia el puente de fierro (el otro camino viene del Panteón Dolores hacia el Centro de la ciudad), donde se une el camino cruza el arroyo Basa Guya, sobre una estructura de un túnel hecho de ladrillos.
Durante las horas del día un urbano corre hacia Tagolaba, pasa por la parada conocida como El 18 hacia las tierras campesinas que se extienden a orillas del río. La parada está sobre carretera, enfrente del taller de radio servicio de Nacho, el evangelista.
Metros antes del 18 -junto a los escalones que descienden a la vivienda de Nacho- el poste de Teléfonos anticipa la entrada de un patio con su árbol de Congo que extiende sus brazos hacia una casa de material de una sola planta, con portón y ventanas de acero.
Enfrente del congo, con sus ramas que sostienen hojas verdes aterciopeladas, un árbol de morro con su tronco oscuro, sus diminutas hojas cruciformes levantan la leyenda que atemoriza a los niños de la familia que habita la vivienda.

  • Ese árbol lo hizo el Diablo, y Dios.
    La madre que habla a sus cinco hijos tiene experiencia en narrar, adquirida en las tardes en que en que atenta escuchaba en la radio de bulbos la transmisión de la radionovela, Chucho el Roto, que en punto de las seis de la tarde carga de un silencio eléctrico la calurosa atmósfera.
  • Cuando hizo el mundo, al terminar su obra, el sábado, Dios decidió tomar un descanso, se puso a dormir. El Diablo estaba atento, retorcido por los corajes de la envidia. Al ver a Dios dormido, sin perder tiempo se puso a trabajar en su obra. El producto de sus manos salió como sus entrañas, oscuro, de tronco y ramas nudosos, de largas ramas secas sin hojas.
    Dios, al despertar, miró con sorpresa aquel espanto. Para corregir su descuido, había hecho el mar y los peces de colores, los ríos, las hermosas montañas, el bosque de pinos, las aves. Sufrió remordimientos por aquella fealdad, como mínimo intento de disculpas con la tierra por su cansancio, hizo las hojas de aquel árbol en forma de cruz, que brotan sin tallo de las negras y nudosas ramas.
    De lo narrado por la madre, los niños guardan el tono de las palabras pronunciadas antes de la merienda, del café con leche y pan.
    La historia del ladrón Chucho el Roto se perderá antes de que termine la tarde, aa la hora en que la radio local suspende sus transmisiones, permanece en la memoria en la memoria de los pequeños el relato de la madre.
    Amamos los sonidos escuchaos por la tarde, a la hora en que se realiza en cambio de la luz a la oscuridad.
    Esos sonidos serán nuestros, quedarán por siempre en la memoria como viejos noticieros radiofónicos.
    Entrada la noche el benjamín de aquella narradora -un niño flaco con cabellos largos, ensortijados- pierde el sueño, en su cabeza se levanta el miedo a las sombras que produce la luna a su paso por el patio.
    La narración tiene por origen una atmósfera, las sombras, cierta inquietud que nos produce el estar despiertos en la oscuridad.
    En el patio, corre el viento fuerte del Istmo de Tehuantepec.
    Azota puertas y ventanas, derriba en el techo la antena de la televisión, golpea muros, árboles. El niño se cubre hasta las cejas con la sábana.
    Pasan horas, minutos, segundos que se posan sobre sus labios.
    La sombra de los árboles se agitan sobre el muro del comedor.
    Con el corazón en los labios, a punto del grito, toma valor.
    Se levanta de su cama, camina en la oscuridad sobre el piso de mosaicos.
    Desde ahí, tras la gruesa cortina, puede observar el nudoso árbol del Diablo, que se levanta en el patio entre el estruendo que producen los camiones cisterna, que frenan antes de la Y.

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