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viernes, octubre 18, 2024

El viento fuerte de Tehuantepec arrastra los papalotes

Reportajes

César Rito Salinas
Traigo el nombre de un perro en la cabeza, Laica.
Ella se comunicó a las nueve y treinta de la noche, antes del noticiero:
Hola, ella.
¿Cómo vas?
Ya sabes, haciéndome presente, ella.
El viento aporreaba con fuerza las láminas del techo, con la fuerza del sanguinario ciclón del que informa el informativo. Era el mismo viento que trepó por la tarde a Monte Albán, un aire frío con molares e incisivos que me recordaron el aire del puerto de Salina Cruz. El viento que no va ni viene del mar, que nace justo encima de tu cabeza y se monta en tu cuerpo y te muerde por todas partes. El viento fuerte que se descuaja todo sobre tu persona, que te busca en la calle, que sabe tu nombre, el del sitio donde habitas y te espera.
El viento fuerte pegado la pared, al muro, que quiso morder el cigarro que sostiene mi mano derecha antes que tú llegaras al callejón.
¿Qué cuentas?
No mucho, algunos problemas del trabajo, ella.
Tengo que escribir que a esta altura del año traigo metido en el cuerpo puro cansancio, la baba que producen las letras rebuscadas de la madrugada. Corrijo, las letras no me cansan, me cansa el asunto literario. Que algo de impostado trae, algo falso arrastra, algo efectista me dijo una mujer a principios del mes al referirse a los poetas que memorizan textos interminables y cotidianos.
La palabra efectista iluminó la noche como una duda, o un insomnio o el mismo viento que rebota loco sobre las láminas del techado.
La palabra efectista es plena, como la palabra alborozo.
La escritura busca enmendar el camino torcido de mi vida con la potencia a las palabras, espero la redención. Digo rojo, digo Diablo. Existo en el sentimiento de culpa, las palabras. El viento en la calle muerde las hojas del periódico mientras se embarra al cristal de la ventana; enreda la ropa limpia sobre las piolas del tendedero.
¿Quieres comentar?
Si quiero, pero mejor poco a poco, ¿tú cómo estás?, ella.
La escritura es una aclaración que justifica la escritura.
De ella sólo tengo la fotografía que me dejó por WhatsApp. Una foto donde parece que el espectador se ubica en la esquina del techo de la habitación, dentro de su habitación que la mira de arriba para abajo, en picado y le alcanza a ver el tirante del sostén azul. El tirante izquierdo con un círculo metálico, destorcedor, oscuro. Su hombro izquierdo, su mejilla izquierda y un arete plateado en la oreja izquierda. Ella tiene el seno derecho agrandado por la posición de la cámara en el ángulo del registro.
La foto tomada por ella misma con su mano izquierda por lo alto. Ella, mentón firme, de cintura brece; me lo dice su foto a color.
Como buena poeta ya sabes, deprimida, ella.
Escribo, aunque no he publicado, ella.
Con un nuevo trabajo, y soltera, ella.
-0-
Espero un día llegar a escribir algo como el viento de esta tarde, que traiga dientes. Para que valga la pena el desvelo, el trabajo de los ojos, la espalda -las vértebras lesionadas que me traen a malvivir de puro dolor. Que muerda, que sea perro. O perra. La letra que aúlla a la luna sin sosiego.
En la cabeza traigo el nombre de Laica, una perra que los soviéticos enviaron al espacio.

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