César Rito Salinas
El cielo azul se llenó de nubes que surgieron de pronto; avanzaron sobre la ciudad, de la cima de los montes.
Adentro los heroicos jóvenes realizaban el homenaje al maestro tan amado, recién muerto; celebración a la que no asistieron sus amigos, que declararon a los medios su pesar por aquella pérdida irreparable para las letras nacionales.
- No las entiendo –repetía La Bruja.
Los irreverentes contraculturales abandonaron el barco de la amistad, “toda celebración oficial va contra nuestros principios”, argumentaron, convencidos, para justificar su ausencia en el homenaje.
Nada había tan miserable en el homenaje al viejo escritor como el café frío, derramado desde blancos vasitos de unicel, y los ceniceros repletos de despojos.
Algunos asistentes sacaron pastillas para refrescar el aliento. - No –dijo La Bruja.
En la madrugada salieron los poetas famélicos. Arrastraron el saxofón como si jalaran la deshilachada cobija de la infancia. La luna les era propicia, el viento fresco del Golfo de Tehuantepec agitó sus cabellos. En la madrugada no zumban los zancudos, los poetas se juntaron a conversar en la esquina. Treparon al tejado por la escalera contra incendio, en la azotea traían fiesta, como el gato. Cantan su poesía a la luna y nadie los mira porque a esa hora los vecinos roncan o se escarban la muela frente al televisor o montan a la mujer como desconcentrados jinetes marcianos.
El presidente de la nación publicó sus condolencias por el fallecimiento del escritor –cosa que era poco usual. - No las entiendo –dijo La Bruja-, ¿qué pelean?
Pasado un tiempo los asistentes al homenaje se despidieron con la certeza de volver a encontrarse al año siguiente, en algún homenaje.
En la mesa reposaba el libro de publicación póstuma, el autor homenajeado, pocos días antes de morir, encargó a La Bruja la edición.
El maestro me habló de mujeres, dijo que para un escritor no bastaba ni una ni dos, que era necesarias tres mujeres para defender el trabajo y difundir tu nombre hasta meterlo en la sangre de los lectores, “será necesario que tres mujeres te quieran”.
En la salida del auditorio corrió un viento frío que arrastró papeles, me abrigué.
Una pareja pasó junto a mí, discutían.
En la hora del homenaje, anta tanta solemnidad, para entretenerme, recordé palabras. Los vocablos de anatomía provocan mis temores. Pienso en la palabra epitelio y mi mano instintivamente baja a mis coyoles. - Pelean protagonismo –respondió La Bruja-, ni siquiera leían al maestro, mucho menos atendieron el llamado del pecho enfermo que en las madrugadas clamó por una mujer que lo escuchara.
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Eusebio pidió ser sepultado en Oaxaca, pero amigos y familia no le cumplieron su úlrim voluntad.
En el estacionamiento, junto a los autos, los asistentes reían, salía música.
Así pasó la noche del homenaje al maestro.
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Te sorprenderás de la poesía que dice la gente sin enterarse, “quiero aumento de salario”, “la universidad abre sus puertas frente a la panadería Bambi”, por ejemplo.