César Rito Salinas
Le pinto bigotes a la calavera, mientras escribo sobre la caja de cigarros.
Los adictos al tabaco mueren quince años antes que los no fumadores.
- Las primeras lluvias del año sólo traen enfermedad-, dijo el hombre mientras miraba la lluvia caer.
Luckies, 1871, White. El cigarro se consume entre los dedos de la mano derecha, índice y pulgar. La lluvia cae sobre las hojas del limonero. La ciudad enciende sus luces allá abajo, en pleno aguacero. El humo del tabaco frente a la lluvia, antes del olor a tierra mojada y los relámpagos. - La primera lluvia sólo trae enfermedad –repitió el hombre.
Los no escritores se hacen ideas equivocadas sobre una tarde de escrituras con aguacero. Escribir mata, dijo Ruvalcaba. La gente existe con ideas equivocadas en la cabeza. Lo que resulta atractivo para quien vive de la escritura. Así se amplía el margen de lo que será expresado. La lluvia, el abandono y el amor son ideas que vienen bien para hacer la escritura. La tarde sobre las ciudades, una noche con relámpagos no cuestan tanto esfuerzo. Tan necesarias para el que escribe como el anuncio del cianuro de hidrógeno que hace tan atractivo encender un tabaco.
Abigeos
En la noche de los instintos hay hombres que brincan la cuerda como lo hacen políticos o los comerciantes en las horas del día. El hombre frente al ganado busca su progreso al amparo de la luna como otros hombres lo persiguen protegidos por el silencio del parlamento o bajo la luz artificial de un comercio abierto en la calle populosa. La luna promueve el delito, por consentidora. Enfrente se mueve el ganado como el mar apacible de la bahía. Las reses mantienen su lucha contra las garrapatas, los murciélagos.
_ Voy a saltar –dijo el hombre. En las praderas o las ciudades la luz de la luna alumbra el delito. Llegan las palabras con tropel de reses gordas sobre la tierra seca. El delito a vece está enfrente, corre ligero el aire que mueve las hojas de los árboles. En la noche las líneas del cuaderno están dispuestas como graderías solitarias de hospitales o los estantes surtidos de un comercio, minutos antes que alguien pida la palabra. Hay que tener el ánimo de abigeos para animarlas. Lo dijo Faulkner en su entrevista a The Paris Reviw, cualquiera puede ser un novelista, incluso un abigeo. _ Voy a saltar.