César Rito Salinas
I
En el fondo del patio un anciano despliega una sábana blanca que cae sobre los hombros de un niño que llora. El anciano maneja con pericia las tijeras que cortan, con rápidos tajos, aire y cabellos, sol fuerte en la cabeza del pequeño. En el fondo del patio, palos altos de mango aquéllos, papayos, tupidos tulipanes la pileta donde mis primas se bañaban al atardecer. Madre ordena ir a la casa del peluquero. Un hombre viejo, solo, que guarda en cajones junto al espejo revistas con imágenes de mujeres encueradas que se tienden a descansar en la arena diminuta de un mar azul de otro país. En la escuela ordenaron cortarse el cabello para asistir a las Fiestas Patrias. El anciano peluquero ya no vive más entre nosotros. Los árboles del patio fueron derribados, mis primas amamantan a sus pequeños hijos mientras fríen pescado para sus maridos.
II
Una vez por semana padre hace el viaje a la peluquería. Allí saluda a otros señores que esperan turno para ocupar el sillón del viejo peluquero. Yo acompaño a padre tomado de su mano. Los señores hablan de política –de la cárcel injusta de Demetrio Vallejo. De aquí saldrán a la cantina, al edificio de la autoridad municipal, a misa. Padre me hace acompañarlo una vez por semana a la peluquería.
III
Luego de días y días de alcohol y amigos acudo con mi hijo a la peluquería. Mientras espero mi turno hojeo una revista de política. El anciano peluquero me atiende con manos justas hace brotar en el espejo un rostro del cual no guardo ninguna memoria.