César Rito Salinas
El apunte lo encontré por ahí, en el trastero, llegué a la cocina para acompañar el desvelo con algo, un pan, una fruta, un tenedor. Ahí estaba la tapa de los cigarros: “La mañana llega con su exigencia temprana, el desayuno”.
El escrito no llevaba fecha, como todo lo que escribo. Tampoco alcancé a recordar cuándo lo hice, ni siquiera lo que quería significar en el momento de su escritura. El cuerpo lo traía percudido por una enfermedad, depresión, ansiedad.
De algo siempre me estoy recuperando. Para fijar el rumbo por esos días malos, ese año malo, la vida mala, escribo mensajes a mí mismo. Lo abandono en cualquier parte, para que salga al paso de mi existencia. Letras compañía, hallazgo, escritura del camino. Esos mensajes los dejo entre mis pantalones, en la bolsa de mi camisa, entre mis calcetines. Los escritos están entre las flores del macetero.
Letras contra la soledad. Nacimos para tocar a otra persona, para ser tocados, para reflejar otra voz en nuestro rostro.
El ser humano no existe para estar solo. Un remedo de otra persona sería la escritura. El otro. Escribo sobre el papel que envuelve el jabón, la pasta dentífrica; desde mi nacimiento no me acostumbro a estar solo.
La mañana estaba ahí, con su necesidad de café y compañía, conversación y encontré la escritura olvidada. Me dicen Por la mañana, la necesidad de compañía logra que la gente salga a trotar en los parques.
Allá van multitudes deseosas de conversación, enfundadas en ropa de deporte; entre brinco y brinco conversan, se citan para encontrarse. Aquejado por el vicio de no compartir las horas con nadie, de rumiar de mi condición de solo, llegué a la práctica de escribir apuntes para olvidarlos sobre el trastero; palabras para que el amanecer se llenara de imágenes y personajes que aparecen en mi casa, sin previo aviso.
Escribo mensajes a mí mismo para tener noticias de otra gente.