César Rito Salinas
En la noche de los instintos (somnolencia) hay hombres que brincan la cuerda como lo hacen los políticos, los comerciantes en ciertas horas del día; la desesperación -superficie democrática-, convierte a los hombres miembros de unan especie de iguales.
Las reses mantienen su lucha contra las garrapatas, los murciélagos, entre el rumor de las astas.
El hombre frente a las reses busca su progreso al amparo de la luna como otros hombres lo persiguen protegidos por el silencio del parlamento o bajo la luz artificial del comercio, abierto en la calle populosa a altas horas de la noche. Cuatro patas, cuatrero, echa ojo. La luna promueve el delito, por consentidora. Enfrente se mueve el ganado como el mar apacible de la bahía; como un oleaje que avanza y retrocede ocupando lo alto de su espacio: como un corazón cansado.
- Voy a saltar –dijo el hombre.
En las praderas o las ciudades la luz de la luna alumbra el delito. Cuatreros. Llegan las palabras con tropel de reses gordas sobre la tierra seca olorosa a mierda quemada de ganado; toda la tarde ardió la lumbre para espantar a los zancudos.
El delito a vece está enfrente, corre ligero entre el aire que mueve las hojas de los árboles, entre el sol que cae y los zancudos; el hombre nació para robar.
En la noche las líneas del cuaderno están dispuestas como graderías solitarias de hospitales o estantes sin surtir de un comercio en una calle sola, iglesia con la hileras de bancas solitarias dispuestas; minutos antes que alguien pida la palabra suena la explosión de la mierda aguada que suelta la res desde lo alto de su culo negro. Hay que tener el ánimo de abigeos para animarlas (a las bestias), como si fuera el ánimo que empuja la escritura sobre la somnolencia, sin gritos ni sombrerazos; una acción que surge casi en automático.
Lo dijo Faulkner en su entrevista a The Paris Reviw, cualquiera puede ser un novelista, incluso un abigeo. - Voy a saltar.
