Voy a adelgazar hasta hacerme tañido de campana, rizoma, espiga absorta en las landas del estío. A partir de mañana seré el filamento que solo incendiará la luz de la memoria, el madero extinto bañado en pavesas como en lagrimas. Por este camino sinuoso, el polvo y el humo se adelgazan hasta cuajar en mis ojos la sombra sobre la que escribo con prontitud estas palabras estibadas en el vagón de la partida. Soy el canto de una hoja, la aurora boreal que palidece, el pasajero de última hora que afirma en la mano su boleto de viaje. Qué alivio, soy tan liviano que hasta puedo volar. Qué hasta puedo deslizarme sobre una ola frágil, cual si tuviera el plumón de un cormorán y, al mismo tiempo pudiera tallar tu nombre en el envés de una ola. Voy a adelgazarme, porque tú quieres verme así, guindado como un guiñapo de la nítida sombra del crepúsculo, formando el eje de una constelación aún por establecerse. Qué tal si, en tanto suceda, nos aventuramos a fingir que las primeras rosas de nuestra historia floral todavía siguen vivas, que yo no he malgastado cada uno de los besos que me diste por bien estimar la pompa de esas flores coronadas por un perfume inconfundible; y bien, ¿o eran flores o eran rosas? porque, en la escala de tus preferencias visuales, me enseñaste a distinguir los dones tanto de unas como de otras; pero ¿las rosas también adelgazan? los corales por supuesto que sí por efectos del desgaste ¿adelgaza un poema? si cuentas pares en un verso alejandrino, por supuesto que si, urdiendo en hemistiquios el pulso rítmico y la cadencia, el poema podría llegar a no ser. ¿Adelgaza el amor, o por antonomasia el amor debe ser esbelto cómo un pinar, cómo una rama de roble, como el cielo serigrafiado del colibrí sediento? ¿Cómo saber cuando el amor llega a feliz término? ¿La vida misma tiene esa opción? habría que establecer parangones que califiquen el sacrificio de los amantes. No, no es digno hablar de sacrificio cuando nos referimos a la acción caritativa del amor; voy a obviar esa absurda homilía, prefiero medrar con poca vida, que someterme al designio de lo que todos consideran esplendor y boato. Porque tú misma lo has pedido, quizá no con palabras, pero si con el expediente abierto de mis fervores reconvenidos, voy no sólo a adelgazar frente a tus ojos, me voy a evaporar, me voy a esfumar, para que comprendas que mas valía tenerme rozando los linderos de lo inconveniente, que al margen de lo conveniente. Antes de que los fantasmas acosen la funda de tu almohada, antes de que en tus sueños aparezca el ideal que esperas y que, por fidelidad te sientas obligada a mantenerte conmigo, antes de que esté a punto de cumplirse tu sueño más íntimo, pero mi estancia en ti lo pudiera estar postergando, me finto, voy a buscar el lamento de un pájaro que añora su jaula, el esfuerzo de un pez por librarse del mar para pernoctar en su pecera; algún día comprenderás porque opté por no llegar a la última cita, si la comprensión todavía pudiera validar este pensamiento demudado que yo te brindo desde mi destierro voluntario. Es largo el lamento de mi cobardía, no habrá llanto suficiente para desahogarlo, ¿se escucha? ¿se puede escuchar? es como un rumor de bufeos jugando a encontrar una esfera más allá del mundo abisal, es un sonido espeso, tan denso que despide olores de sangre y marisma, tal como si se hubieran adentrado en el mar todas las pesquerías de tierra firme anudando lazos de plasma rojo al torbellino o corriente que los trajo. Para cumplir tus deseos, me sublimo, no soy otra cosa más que espuma, nube de horizonte distante y momentánea, efímera estela del barco en que navego. Ya no me vez, he asumido de otro modo mi compromiso contigo.
Fer Amaya