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jueves, noviembre 21, 2024

Fucking Donald Sutherland, te vamos a extrañar

Reportajes

.Por Rodrigo Islas Brito
¿Quién era ese rubio, feo, largo y larguirucho, que lo mismo podía ver de soldado hippie de la Segunda Guerra Mundial ladrando frente unos lingotes de oro robados a los nazis en El Botín de los Valientes (Brian G.Hutton , 1973), que de espía enamorado, adultero, discreto y despiadado en La Isla de las tormentas (Richard Marquand, 1981), que de cardiólogo abnegado y piadoso en El corazón no muere (Richard Pearce, 1981)?
A los ocho años, como niño hijo de madre soltera que pasaba mucho tiempo viendo la televisión solo, me di cuenta de que ese punk era Donald Sutherland. El mismo tipo con cara de loco y una manera de enunciar las cosas que siempre sonaba inquisitiva y profundamente divertida. Canadiense de niñez enfermiza, a quien su madre desde muy tierna edad le dijo que no era guapo, pero que podía ser interesante. Y vaya que lo fue.
Desde su primer papel notable, en la sensacional y antológica fábula guerrillera de la Segunda Guerra Mundial, Doce del Patíbulo (1967). Donde al pedido de “a ver tú, el alto de orejas grandes”, el mítico Robert Aldrich le pidió que sustituyera en una escena a otro integrante del elenco que sí tenía diálogos en la película y que pidió ser relevado de sus labores. A Sutherland le bastaron unos cuantos gestos a lo Mick Jagger y un sarcasmo matador para propulsarse como la imagen del gringo divertido, mordaz y contracultural de principios de los setenta.
El médico mariguano y furiosamente relajado que sobrevive al delirio de la guerra de Corea gastando bromas, persiguiendo enfermeras y rebelándose a la barbarie, la institucionalidad y la muerte en MASH (1970) , del genial, deschavetado y polimorfo Robert Altman. El Cristo imaginario que admite que no tiene todas las respuestas consigo, de Johnny tomó su fusil (Dalton Trumbo, 1971). El padre de familia y cineasta gabacho atribulado emulo de Federico Fellini de la imaginativa El mundo de Alex (Paul Mazursky, 1970) que dejó de ser tan emuladora cuando en 1976 Felllini en persona lo invitó a ser su crítica interpretación de las razones de sex appeal del legendario amante Casanova, dando Sutherland una interpretación esquiva, profunda y atormentada, que al legendario autor de 8 y medio y La Dolce Vita le costó trabajo concretar debido a que los continuos cuestionamientos del histrión sobre las posibles motivaciones de tan simbólico personaje, lo estaban volviendo loco.
Eran naturales tantas inseguridades de Sutherland sobre interpretar al amante más famoso de la historia del planeta, En la escuela le decían Dumbo y a los 82 años declaró que nunca fue fácil ser feo en un negocio como el cine. Pero aun así tuvo sendas escenas románticas con mujeres de belleza icónica como Julie Christie y Jane Fonda (con la que incluso tuvo una relación en la vida real). Con Christie interpretó a un padre de familia que con su esposa viaja a la hermosa Italia inundada solo para encontrarse con el rojizo espíritu de su hijo ahogado en la tenebrosa, romántica y mil veces maldita, Venecia Rojo Shocking (1974) pieza efervescente de ese modernista visual algo incomprendido llamado Nicolas Roeg. Con Fonda le dio vida a un detective silencioso de dedicada brutalidad que se enamora de una existencialista prostituta de lujo cuando tiene que realizar una investigación no oficial, en Klute (1971), obra maestra del thriller de misterio opresivo y político, especialidad del cumplidor Alan J.Pakula.
Fue a los 12 años, en JFK (1991), la vibrante tesis de Oliver Stone que asegura que al presidente John Fitzgerald Kennedy no lo mató Lee Harvey Oswald sino una conspiración militar de la CIA, cuando sucedió mi otro gran encuentro con Donald Sutherland. Sin que ni siquiera lo esperara, con ese gesto tan suyo de tumba haciendo preguntas, se apareció de repente en pantalla enunciando las brutales revelaciones del Señor X, antiguo operador del imperialismo yanqui que en un recorrido por los principales monumentos nacionales estadounidenses, le deja claro al fiscal investigador Kevin Costner, que la fabricación cuasi secreta de un golpe de Estado es tan antigua como la crucifixión de Cristo. “La política es el poder y nada más”, recuerdo que sentenció X como predicción de claridad en el mundo.
Y es así que con Sutherland, fallecido este 20 de junio a los 88 años, solo se pueden seguir citando películas y películas que den cuenta de que razón tenía su célebre hijo Kiefer, para anunciar mundialmente la muerte de su padre, dictaminando que Donald Sutherland es uno de los mejores actores de la historia. El brutal y sanguinario asesino de niños llamado Attila, cazado por el pueblo como un cerdo en la hermosa e imperecedera 1900 (1976) del triste y célebre Bernardo Bertolucci. El pobre diablo que pierde su mente en medio de una turba que lo ha de crucificar en Como plaga de langosta (John Schlesinger, 1975). El caudillo oficinista que da combate a una invasión extraterrestre de envases humanos en Los usurpadores de cuerpos , la emocionante adaptación que del clásico de ciencia ficción de Don Siegel dirigiera Philip Kaufman en 1978. El monstruo pirómano, sin arrepentimientos de raya en medio quemada, de Marea de Fuego (Ron Howard, 1991). El abogado sudafricano pionero de la lucha antiapartheid de Una árida estación blanca (Euzhan Palcy, 1989). El apretado, comprensivo y drogadicto maestro universitario de la salvaje Colegio de Animales (John Landis, 1978) , pieza maestra de la comedia loca obscena adolescente de la que Sutherland pudo haber tenido un importante porcentaje de su millonaria taquilla, si no le hubiera avergonzado tanto actuar en ella. El villanazo carcelero de uno de los más subestimados vehículos de acción de Sylvester Stallone, Condena Brutal (John Flynn, 1989). El empobrecido y desprolijo patriarca de un grupo de hijas casaderas en la Inglaterra victoriana de Jane Austen, en Orgullo y prejuicio (Joe Wrigth, 2005)
Y la lista puede seguir y seguir en imágenes, títulos y maneras de enfrentar la vida, como ese beso en la boca en un elevador que Sutherland le planta a Michael Douglas después de una cháchara caliente, en la horrible y monótona Acoso Sexual (Barry Levinson, 1994), o ese relato compartido de abogado neoyorkino millonario que cuenta lo sencillo que resulta perder la estructura del cuadro de tu vida, en Seis grados de separación (Fred Schepisi, 1993)
Todo en Sutherland es cine y recuerdo imperecedero de enfrentar la vida. Lo es incluso en su papel de sonriente dictador de un mundo chillante, distópico y fashion en la saga taquillera de Juegos del hambre (2012-2014), encomienda a la que muchos de los titulares que hoy anuncian su muerte, quieren reducir toda la ya nombrada inmensidad de su carrera de más de 150 películas.
Es curioso que a un actor de trayectoria tan longeva y presencia tan intensa nunca se le haya nominado al Oscar por ninguna de sus actuaciones. Lo más cerca que estuvo fue en Gente como uno (1980) , debut tras la cámara del astro hollywoodense Robert Redford, donde su pausada confesión a su esposa (Mary Tyler Moore) de lo mucho que le dolió que se fijara tanto en la brillantez de sus zapatos justo cuando iban al velorio de su hijo, resulta a lo menos inolvidable y desgarradora. La cinta ganó a mejor película, Tyler Moore fue nominada , Redford ganó un Oscar como mejor director, el entonces debutante Timothy Hutton ganó otro como mejor actor de reparto, pero a Sutherland no le dieron ni las gracias. Tal vez fue lo mejor que pudo pasarle.
Una leyenda , un clásico, un gigante sensible, atrabancado y sabio, que la cinefilia de generaciones se fue encontrando cada cuanto encarnando a héroes, antihéroes y psicópatas. Siempre con esa voz grave, juguetona y profunda. Siempre con esa sensación de compromiso y veracidad. Siempre con esa convicción de significar a la experiencia humana como un cáliz de verdad…..Fucking Donald Sutherland, te vamos a extrañar.

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