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martes, febrero 4, 2025

Hediondo

Reportajes

Llegó, me dijo hediondo, y me sentí feliz. Y no lo dijo porque oliera mal, sino que, con el dicho, me estaba compartiendo su alegría, el gusto de verme, incluso la necesidad de verme, si es que se toma la presencia de alguien como un beneficio que entra por la vista y llega hasta el alma. Solo atiné a decirle: gracias, le tendí los brazos y se acunó en ellos como un bebé acicalado y tierno. Nunca me ha pedido nada, o algo a cambio de su confianza y de su amabilidad. Recuerdo que ese día estuvimos platicando acerca de las fases de la luna, sin que supiéramos en realidad algo especial respecto a esa temática. A mi se me ocurrió decir dos versos del Romance de la luna luna, de García Lorca, y a partir de ahí la luna asomó en el techo de nuestro diálogo afanoso. Me recordó que la luna marca una estela de luz sobre la superficie del mar, y yo tercié que esa luz apresura la descomposición de los pescados sobre la borda de las canoas que, a remo, se hacen a la mar desde el puerto que nos cobija. Nunca sabemos cuando nos vamos a ver en lo sucesivo, una musa y un poeta requieren la absoluta libertad en el sentido de encontrarse a veces hasta por casualidad. Me preguntó en relación a lo que anotaba en la servilleta que tomé de su dispensario, le comenté que era nada, solo el hecho de consignar por escrito los pormenores de nuestro encuentro. Me pidió que omitiera la palabra hediondo, yo le dije que no tenía nada de inconveniente, que incluso era el título del párrafo que estoy por compartir. “Hediondo”, me volvió a decir, se puso de pie, me besó en la comisura de los labios, y se encaminó por el malecón rumbo al mar, que es el espacio en donde habita de ordinario, a excepción de las horas en que llega a compartir conmigo el encanto de la poesía, a la luz de una vela, entre sorbo y sorbo de café.

Fer Amaya

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