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lunes, septiembre 16, 2024

Hemingway en el Istmo de Tehuantepec

Reportajes

César Rito Salinas

Escribe de lo que conoces

  1. Dostoievski fue creado cuando lo enviaron a Siberia. Los escritores quedan forjados por la injusticia, tal como se forja una espada.

Aquella mujer activa la lengua del fuego. La madrugada entera trató esta mujer de encender la lumbre. Para cuando golpearon el patio los primeros rayos del sol, junto al canto del gallo, conversaron las llamas.
La cal cruda realizó el milagro que alimenta a los hombres. Cuando pasaron los primeros camiones, la fila de las tortillas ya era larga. Esta mujer, llamémosla Antonia, Toña, soluciona las necesidades de su vida, comprar frijoles, lavar la ropa, desde la mirada de la lumbre. Todas las madrugadas la despierta esa mirada. Se incorpora del camastro, junta la basura del día anterior y enciende el fuego. Así todos los días, desde la niñez. Así sus hijos conocieron este mundo. Así llegaron dolores y calambres a los que nunca obedeció. Llegaron los hombres de sus noches, su coger de prisa porque el cuerpo ya se cae de cansancio: la preñez y la parida de sus crías. Llegaron la lluvia y el tiempo de sol, el frío de Muertos. Navidades y Año Nuevo, la lumbre seguía mirándola desde una distancia que calentaba su cuerpo.
El trabajo nunca termina porque la gente nunca dejará de comer, pueden pasar días difíciles, sin rumbo, como borrachos sin destino, pero la gente siempre comerá, pensaba aquella tarde en que decidió ir a vender mango verde con sal y limón a la cantina de César Foro. Todos los días se abre el negocio. El trabajo de esta mujer nunca termina. Para la noche Toña calienta en los rescoldos el café y sus tortillas mientras da de mamar a su hijo y llega sin previo aviso el sueño al cuerpo.

  1. El éxito que yo pueda haber tenido se debe a que he escrito sobre lo que conozco.

Para nuestra juventud sólo existieron cañas largas por donde sorbimos refrescos embotellados y agua fresca, de frutas. Por ese tiempo de soledades y salinas expendía bebidas Don Benito, en un local que todos llamaban “El Popo”, en la esquina sur del mercado Venustiano Carraza. El lugar levantado con tablas recibía a toda aquella juventud hoy lejana. En unas mesas se discutía de amores, fiestas, mujeres. En otra, una pareja, descarados, se tomaban de la mano. Campeaba el uniforme escolar. En la esquina del establecimiento un niño garabateaba el tiempo en libretas escolares. El mismo viento era otro, menos mortal y más llenador de vida: viento fuerte de la adolescencia que nos gritaba a los oídos para que nos largáramos de esa tierra insalubre. Enfrente corría la calle principal con sus taxis y camiones del servicio urbano. Pasó el tiempo sobre las hojas de la libreta de apuntes. Atrás quedaron los uniformes escolares y la novia de manita sudada. Hoy somos los beneficiarios del avance de la ciencia y la tecnología. Los rígidos popotes con los que nos servían la bebida en “El Popo”, son ahora de tamaño ajustable a la medida del usuario. Así nadie inclina la cabeza impropiamente para beber su refresco. Cosas del avance de la ciencia y la tecnología. Quién diría que aquel viento fuerte que gritaba en nuestros oídos que nos largáramos de la tierra donde nacieron nuestros padres nos traería hasta esta esquina del mundo, donde hoy esperamos el final de la vida cargados de falsos recuerdos de la adolescencia.

  1. Ezra Pound fue el hombre que me enseñó a desconfiar de los adjetivos, tal como después aprendí a desconfiar de cierta gente en ciertas situaciones.

En la esquina de la calle está la banca sola. Junto a ella, la banca, pasan mujeres que conducen autos lujosos. Mujeres que llevan el signo de pesos pegado al párpado. Ellas lucen bellas con las pestañas largas y negras, rizadas, que enmarcan los ojos enormes. Ojo de águila, recordé el dicho de mi padre. A esta banca nadie la mira. Todos llevan prisa. La calle se llena de jóvenes que laboran en expendios de comida rápida, en tiendas de abarrotes o en locales donde se venden muebles rústicos. Llevan en el rostro una sonrisa permanente, como si estuviera pegada a su cara, pero con la cabeza puesta en otra parte: en una cuenta impagable, en aquellas zapatillas blancas, un perfume; la blusa de tirantes. La banca permanece desocupada, invisible ante la prisa de la gente, mientras avanzan las manecillas del día.

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