César Rito Salinas
Intento acercarme a la pintura de Hugo Vélez, toda observación es un aproximarse al cuadro, intentar un diálogo desde nuestro pasado. A esa geografía imaginaria llegan los cuadros: el pincel se detiene en lo cotidiano, en el instante que retiene lo fugaz. La obra de Hugo me aproxima a otra búsqueda, la del poeta Pablo Neruda de las Odas elementales, donde se afirma: la belleza está acechándonos.
Intento poner letras a este mirar la poesía en los cuadros de Vélez:
Las mujeres juegan pelota/en el campo grande, verde./En la loma, en el camino,/otros hombres las miran jugar pelota./Ellas levantan los brazos, las piernas,/ríen, juegan pelota en el campo grande./Otros hombres, no los de aquí, las miran./Es la tarde, viene la noche./Las mujeres que juegan pelota/en el campo grande, verde, /regresarán a nuestra casa,/tomarán café con leche con nosotros,/dormirán en nuestra hamaca./Los hombres que las miran,/otros hombres,/ya no estarán./En el patio de nuestra casa caerá la luna./Ellas estarán junto a nosotros, dormidas.
La definición por celebrar lo nuestro comunitario, íntimo y colectivo, requiere una vida y miles y miles de cuadros vistos en museos, galerías. La pintura emerge ante los ojos como el culto a la vida:
Que es la otra forma de decir “tiempo”.
Hay fiesta.
Llegan más poemas en esta madrugada en que escribo, producto de mirar los cuadros de Vélez:
Las tinajas
Desde niños aprendimos el oficio de cortar lunas, estrellas, luceros en el fondo de las tinajas. Para iluminar nuestro cuerpo, para sacar el polvo de nuestra garganta, para ganarle terreno al cansancio. La noche con lunas, estrellas y luceros frente a nuestros ojos, nuestros labios. Noche mujer, noche hermana, noche madre. Después viene la repetición de los días en esta tierra seca. Pero con la tarde, con el frío, el pueblo entero se acerca a las tinajas, adelantan la noche, el sueño, el descanso.
Esta noche venimos a celebrar la publicación de un libro de un artista plástico, el libro como símbolo del conocimiento. En esta Oaxaca nuestra los libros, documento público, no son el espacio de los pintores. La génesis de sus obras está destinada al espacio de lo íntimo; su trayectoria se registra en el territorio del mito, la leyenda. Pero Hugo con valor expone su tiempo, su vida, sus obras. Este es su legado a los jóvenes artistas plásticos de nuestra entidad: hay que documentar nuestra cotidiana labor para dejar constancia de nuestro tiempo.
El hombre toma a la mujer./La mujer toma a la mujer./Bailan.
Mientras, /fondeadas en nuestra bahía,/las redes
y las embarcaciones /contemplan/otro puerto y otro mar.
La pintura de Hugo como una cartografía de nuestros días, deseo de habitar el trazo, llenarlo de personajes, luces, formas. El manejo del color como diástole y sístole que puebla nuestras horas. Me lo dijo Jaime Sabines cuando le solicité, una mañana de aviones y whisky, una imagen del mar: “Dicen que el mar como el corazón del hombre nunca descansa”. Y así el color en la paleta de Vélez: nunca descansa. Es un corazón y su circunstancia. Y es un mar a mediodía.
La vaca loca, Table dance
Todas las razones de la madrota./Jabón y agua tibia en los cuartos.
Patio enorme para correr desnudos./Ese olor de mar delante nuestro./Las olas que repiten nuestro nombre./El sol fuerte que enciende la sangre.
El ruido donde ocultarás tu nombre./El viento tibio que limpia los cuerpos./Luz que hace a todos los cuerpos semejantes./Día claro donde podrás distinguir a la mujer./Almendros que refrescarán tu sombra después del amor./Ventanas que dan al mar y a quienes podrás contar tus penas./Techumbre sin goteras y muros sin agujeros./En esta casa de la mar todos serán bienvenidos.
Los cuadros contienen el universo, los astros, sobre una vida, los años.
Frente a la tarde de calor intento hacer el viaje inmóvil, detenidos en las imágenes, en ellas encuentro la poesía de Hugo, tan grata y refrescante en estos días de abril.